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De la tierra al cielo se expande el poder chino

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Ni una desaceleración económica ha acabado con la influencia de China y la fórmula de su presidente Xi Jinping para hacerse sentir ha dado sus frutos. Su influencia trascendió el espectro comercial que la hacía famosa. Ya no es solo esa industria con exportaciones que superaron los 2,4 billones de dólares en 2018 y cuyos productos permearon los mercados de todos los continentes, sino que su nombre está en la carrera espacial, la industria de armas y su poder de veto en Naciones Unidas es clave para que un proyecto marche o no.

Nada más en enero de este año su sonda Chang’e-4 aterrizó en la cara oculta de la Luna, convirtiéndose en el primer país en pisar este lugar. Su hazaña espacial no fue en vano, busca encontrar helio-3, un sótopo ligero de este elemento que podría resolver la demanda energética de la tierra. La apuesta no acaba ahí, los chinos quieren llegar a Marte. Esta aspiración, sumado al ultimátum a la Nasa del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, de llegar a la Luna en cinco años, evidencian un regreso de la carrera especial.

También está cada vez más armada. Cuenta con 280 ojivas nucleares, según datos de la Sipri y está desarrollando armas de nueva generación, al punto que el propio Trump condicionó la negociación de un nuevo tratado de armas a la participación de los asiáticos. Además, es uno de los cinco países que cuenta con poder de veto en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, potestad que le permite frenar decisiones.

“China parece ser el único país con el potencial de reducir la disparidad de fuerza global entre sí y los Estados Unidos de manera suficiente para convertirse en una nueva superpotencia”, escribió Yan Xuetong, decano del Instituto de Relaciones Internacionales de la Universidad de Tsinghua. La nación que ha sido liderada por el Partido Comunista desde 1949 tiene un punto a favor en ese crecimiento: sus relaciones con países que incluso no tienen una ideología o sistema político similar al suyo.

Los números primero

Una batalla comercial entre China y Estados Unidos amenazó con desestabilizar la economía mundial. A simple vista, el primero parecería ser un país osado al intentar competir con la nación que es potencia desde la segunda mitad del siglo XX que, además, encuentra en Trump una de las eras más atrevidas de la historia reciente con un mandatario al que parece no importarle nada.

Pero los asiáticos enfrentaron a la norteamérica del republicano y en esa disputa que aún persiste –dado que hace dos semanas se conoció que en las próximas semanas habría un resultado de las negociaciones comerciales– van ganando la pelea.

Así lo demostraron las estimaciones del Fondo Monetario Internacional (FMI) que señalaron a Estados Unidos como perdedor de la guerra comercial. Esta lucha económica cambió las predicciones en la materia. En el más reciente informe de proyecciones, el FMI aseguró que los pronósticos de crecimiento mundial correspondientes a 2019 y 2020 se registran a la baja a raíz de los efectos negativos de los aumentos de aranceles de estos dos países.

A renglón seguido, reseñó que “la segunda fuente de riesgo sistémico para la estabilidad financiera es que China sufra una desaceleración más profunda de lo prevista, con implicaciones negativas para los socios comerciales y los precios mundiales de las materias primas”. Ahora de China depende gran parte del equilibrio mundial, una influencia cada vez mayor desde el inicio de la apertura económica en 1978, cuando los reformistas del Partido Comunista inauguraron el “socialismo con características chinas”.

El primer paso de Pekín para establecer un vínculo con un país son los números. Antes el tema político era clave, pero ya el aspecto principal es la relación comercial, así lo explica Loyda Gómez, jefe del Departamento de Negociación y Comercio internacional de la Universidad de la Sabana. “Su interés es ejercer más impacto y presencia en otras naciones y este está cambiando un poco el tema político”, indica la experta, inversiones que pueden resultar siendo de menor regreso económico, como es el caso de la Ruta de la Seda, pero que le permiten conquistar más espacios.

¿Solidaridad de Pekín?

Más que relaciones internacionales, China ve vínculos “estratégicos”. Este término apareció en sus documentos en 1993, según el PhD en Ciencia Política de la Universidad de Beijing, Eduardo Daniel Oviedo, y dentro de este concepto caben países de diferentes niveles de desarrollo y alcanza a abarcar naciones latinoamericanas como Argentina, Brasil y Chile.

O en Medio Oriente es cercano a Irán, Israel y Arabia Saudita, tres naciones que son enemigas entre sí por cuestiones ideológicas y religiosas.

En este punto entran los cinco Principios de Coexistencia Pacífica que rigen sus relaciones: respeto mutuo por la soberanía y la integridad territorial; la no agresión mutua, la no interferencia en los asuntos internos de otros países, igualdad y beneficio mutuo, y la coexistencia pacífica. “Nosotros somos más competitivos, pero a ellos les interesa el grupo”, indica Juvenal Infante, director del Centro de Estudios de Asia-Pacífico de la Universidad Sergio Arboleda.

No obstante, en medio de su solidaridad, también tienen algo para ganar: “La política exterior de China es un agregado de acciones externas con fines específicos y actividades diseñadas para influir en la situación internacional. Sus objetivos se definen en tres palabras: poder, riqueza y estatus”, explica la investigadora Lily M. Bravo en un artículo publicado en la revista Estudios Internacionales titulado: La Inserción Internacional de la República Popular China: Una Visión desde las Relaciones Internacionales.

Pekín tiene nexos incluso con aquellos que lo consideran su competencia: Estados Unidos. Aunque Trump arremeta contra ellos, su país es el principal socio exportador (18,4 % de sus mercancías) y el tercer importador (8,5 %) de acuerdo con datos de World Integrated Trade Solution, cifras que evidencian el por qué Washington sufrió las consecuencias de la batalla arancelaria.

No le importa ser potencia

Para que una nación se considere como potencia mundial es necesario que tenga la capacidad de imponer una agenda, un punto que para Pekín aún está en marcha. “Por ahora no puede implantar su voluntad, pero sí ha logrado tener cada vez más participación en la última década. Lo que ha buscado es influenciar país por país en muchas regiones o en los organismos internacionales y cuando no lo logra crea nuevas instituciones”, explica Benjamin Creutzfeldt, PhD e investigador residente de Woodrow Wilson Center. Ese es el caso de Shanghai Cooperation Organization o el Asian Infrastructure Investment Bank.

Creutzfeldt señala que China causa dificultad cuando impone un veto en Naciones Unidas, pero no ha logrado de forma constructiva convencer a otros de su agenda. “Hay mucho ‘push back’ a su influencia”, asegura. Un ejemplo es su apoyo al régimen de Nicolás Maduro, un país en el que se juega sus préstamos reembolsables con barriles de petróleo.

Al indagar con David Castrillón, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Externado, si China persigue el título de potencia mundial, este responde que “si le preguntaras a China, diría que vivimos en un mundo multipolar. No está interesada en un contexto donde haya solo una o dos. Muchas veces es el discurso estadounidense el que crea la idea de que hay solo dos y que son opuestas”.

Con sus principios de coexistencia, vínculos con diferentes bloques ideológicos y ese objetivo que señalan expertos como Infante del bien común, Pekín se abre campo en Occidente, África y Europa. No es solo un gigante en Asia, trascendió esta frontera.

Todo esto con un elemento diferenciador: un comunismo particular que estabilizó su economía y la puso en la agenda mundial. Ahora no vive los años más prósperos del siglo, pero su plan de expansión continúa para demostrar que la política internacional está ante un mundo multipolar .

El Colombiano

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