HOY DIARIO DEL MAGDALENA
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Álvaro Gómez Hurtado

Se cumplieron cien años del nacimiento de Álvaro Gómez Hurtado. Presidió la Asamblea Constituyente de 1991, después de haber sido secuestrado, en 1988, por el M-19.

En noviembre de 1995 fue asesinado. No fue presidente de la República, pero sus ideas y su carácter han tenido más influencia que muchos que sí ocuparon el solio de Bolívar. Tuve el honor de que fuera mi maestro, como asistente de la dirección de El Siglo.

Sus tesis siguen vigentes ahora, casi un cuarto de siglo después de su muerte. Resalto su insistencia en el crecimiento apalancado en un fuerte sector privado, su apuesta por el agro y su vocación exportadora, su convencimiento de que el Estado debería ser pequeño y muy limitada su capacidad para intervenir en la economía, y su certidumbre sobre que las tarifas impositivas deberían ser bajas y competitivas.

Además de sus propuestas sobre economía, Álvaro insistió en cuatro ideas que son aún más válidas hoy que entonces. Una, la reforma a la administración de justicia. Muy preocupado después de que el M-19 asesinara a los magistrados de las salas penal y constitucional en el asalto al Palacio de Justicia, Álvaro veía venir la catástrofe, hoy en su punto más aberrante en el “cartel de la toga”.

 Otra, su convicción de que la sociedad necesitaba un “acuerdo sobre lo fundamental”, un pacto clave, más allá de las diferencias partidistas. La del acuerdo es, quizás, su idea más popular y, al mismo tiempo, la más remota hoy. Vivimos en un alto grado de polarización, en un país dividido de manera maniquea, entre amigos y enemigos de la paz. Una de las tragedias del acuerdo con las Farc ha sido la fractura del establecimiento y la profunda división que sembró en la sociedad. Hoy estamos lejísimos de tener un acuerdo sobre lo más mínimo y básico: el respeto de la Constitución y de la ley, el tratamiento del delito y la violencia y sus sanciones, las causas de la violencia y la manera de tratarlas, el nivel de impunidad aceptable, si hubiera alguno, para que los asesinos dejen de matar.

Tercero, tenía plena conciencia de que el narcotráfico era (sigue siendo, insisto yo), la más peligrosa amenaza para Colombia y una plaga extendida por toda la sociedad. Su posición vertical sobre el narco y sus denuncias sobre su infiltración en el más alto gobierno le costaron la vida.

Finalmente, Álvaro identificó que la estructura estatal había sido cooptada por una coyunda de cómplices, dentro y fuera del Estado. A ese engendro, que restringía la democracia y que se movía entre la legalidad y el crimen, lo llamó “el régimen”. Y propuso “derrocarlo”. No por un golpe militar, en el que no creía, sino a través de un esfuerzo mancomunado, cultural y electoral, de profunda renovación ética y política. Un “régimen” que, me temo, sigue vivo, por mucho que perdió la Presidencia.

*Abogado y analista político

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