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¡La danza en el cine!

POR:
GONZALO
RESTREPO
SÁNCHEZ

Si bien el coreógrafo y bailarín italiano Carlo Blassis, teórico y célebre maestro conocido por la creación de tratados de danza donde fijaba los principios estéticos y didácticos: “Tratado elemental teórico y práctico del arte de la danza” de 1820, “El Código de Terpsícore” de 1828 y el “Manual completo de danza” de 1830; asevera que las  líneas y equilibrios junto con una ejecución impecable y con variedad de piruetas y pasos, adquirieron una gran categoría.

No se debe olvidar que Blassis establece las bases teóricas de algunos métodos de danza del siglo XX y que en el siglo actual surgen los debates. Pues bien, el XIII Festival Internacional de la Danza de la Bienal de Venecia ha entregado los leones de oro y plata al italiano Alessandro Sciarroni (San Benedetto del Tronto, 1976), a Théo Mercier (París, 1984) y Steven Michel (París, 1986), premios propuestos por la directora artística de danza en la Bienal, la canadiense Marie Chouinard.

Con una alta dosis de  discusión y de una dilatada y continua reticencia tanto dentro de la profesión de la danza como por fuera, ante el numeroso —e influyente— número de críticos de la especialidad. El asunto está para tomar balcones.

Dicen los medios de prensa internacionales que Alessandro Sciarrone elude ser llamado “coreógrafo”, y se distingue a sí mismo como “inventor”, utilizando el término “invenzione”. Ahora, a los bailarines los llama “performers” (término utilizado mucho en nuestro medio). Este es el debate, y que el cine en buena hora no se ha preocupado por ello. Solo baste recordar “White Nights” (1985). Titulada “Sol de medianoche”.

En el filme, es evidente que la cámara consiente la plasticidad al espacio y al cuerpo. Estos elementos pueden mostrarse de cierta manera y que en un proscenio no es posible.

Para este caso específico, la unión de la danza con el cine, el cineasta pone la imagen al servicio de la danza para convertirla en uno de las medidas de la coreografía, concepto hoy día bastante debatible ante el híbrido de lo que se observa en el cine y en el teatro.

En la película “White Nights” (1985), protagonizada entre otros por Mikhail Baryshnikov, Gregory Hines, ellos bailan y disfrutan —por ejemplo— un “tap dancing”, lo que permite conceptualizar más el término de coreógrafo e inventor. A la larga, sería lo mismo cuando de disfrutar una puesta en escena se trata. Hermosa y agradable película que además de las “coreografías”, el drama es interesante.

Según Aubenas (2006) en su libro “Filmer la danse”, Jean Rouch tuvo la intuición que el cine podía devolver a la danza, en su duración y su desarrollo, su relación con lo sagrado, controlar y transmitir todo la fuerza de la danza. El montaje fílmico rompe con la realidad del reloj lógico del tiempo, la película nos muestra un tiempo discontinuo y manipulado por un guión que responde entre otras cosas a las convenciones que arrastra el lenguaje del cine (Zorita, 2010).

De todas formas, mientras que en la danza la coreografía se abre a partir de los movimientos del cuerpo, en la unión cine-danza los movimientos ya no son solo corporales, se amplifican al proceso de articulación audiovisual desde la seducción hasta el montaje. Esto nos aprueba jugar con las posibilidades temporales, los montajes y los efectos añadidos manipulan el tiempo y modifican la percepción del cuerpo y de los movimientos.

La danza en el cine formula una experiencia viva e inmediata entre los cuerpos del artista y del espectador, una práctica que activa su capacidad de afectar y de ser afectados por el cuerpo del otro (Sánchez y Naverán, 2008). Por eso, cuando la danza recurre al cine, no lo hace con el propósito de crear solo una ilusión, sino “poner en marcha los modos de pensamiento que ambas formas de escritura generan”.

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