HOY DIARIO DEL MAGDALENA
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Santa Marta se merece la suerte que nos ´arropa´

Con mucha preocupación y un sabor amargo a decepción, los distintos actores de la industria del turismo han visto cómo se desarrolla la temporada de mitad de año aupada por dos puentes festivos que no representaron mayor cosa distinta que a afianzar el desorden y un turismo de muy pobre calidad.

El balance por donde se le mire es deplorable, triste, decepcionante, por cuanto se ha perdido un arduo trabajo que representó atacar la informalidad, de alejarla en buena parte de El Rodadero, balneario que regresó a ser convertido en tierra de nadie, donde imperan las ventas ambulantes y estacionarias, la venta de drogas, el comercio del sexo, las fritangas, los hurtos, atracos, las riñas callejeras, y otras manifestaciones y comportamientos sociales que alejan naturalmente al buen turismo.

La vida nocturna de El Rodadero es una sancochería hirviendo; una cantina a cielo abierto como bien lo denominó el Gerente de la Promotora Turística; un lugar donde la ausencia física de la autoridad, llámese Policía o Distrito, contribuye enormemente al desorden que hoy allí se vive.

Los anafes ambulantes, el humo, la preparación de alimentos en cualquier esquina, los estancos de icopor, el tráfico de narcóticos, y la explotación sexual de niños y adolescente, es la carta del día en el que alguna vez fuera considerado el primer balneario de Colombia. Hoy ante el panorama que tenemos, ni el títulonos queda

La industria hotelera, el gremio de la gastronomía, los operadores turísticos y demás servicios estrechamente vinculados con el turismo, no solo están exasperados por el deterioro del destino, sino que consideran que ha llegado la hora de dar el debate de cara a Santa Marta y el país, porque es poco lo quequeda de la ´gallina de los huevos de oro´.

Santa Marta ha dilapidado sus bondades naturales, sus atractivos, su magia de conquistar al visitante, ha desaparecido de ella ese encanto natural que la hacía única para verse convertida hoy en un bañadero social, donde impera el turismo del pastel, peto y mondongo; el cual desde luego no nos llevará a ninguna parte, nos hará menos competitivos e irremediablemente nos destrozará el futuro y terminará la ciudad pagando las consecuencias de una indiferencia descomunal que hoy se observa en todos sus estamentos, como si nada nos importara.

La ciudad está hoy ´despelucada´, descuadernada, sin norte, sin futuro, profundamente dividida, donde de lado y lado se disputan intestinos intereses que no la dejarán avanzar.

La Santa Marta de hoy no es la que querremos para las futuras generaciones, no es la construcción de una ciudad que todos anhelamos, es todo lo contrario; es una ciudad caótica, donde nadie se interesa por ella, cada quien jala para el lado que más le conviene; una ciudad duramente golpeada por la falta de pertenencia; secuestrada por el odio, la venganza y atrapada por el pasado.

Y lo peor y más lamentable es que tenemos una ciudadanía que no despierta, que no se peñizca, que no quiere hacer parte de la solución, y que con su dejadez y falta de interés por el futuro de la ciudad; contribuye también a destrozarla, como lo están haciendo hoy.

Si dijéramos que existiera un propósito entre la adormecida ciudadanía de manifestarse en las urnas el próximo 27 de octubre para romper con este estado de adormecimiento que tanto nos perjudica, sería una luz de esperanza al final del túnel. Pero para llegar a ello hay que decirle a la gente si es que no les duele sus familias, sus hijos, sus esposas, sus padres cuando padecen por la falta de agua, de alcantarillado, de empleo, de una mejor calidad de vida. La sensación quetodo este panorama nos deja es que al samario poco o nada le importa su ciudad, y su propio entorno, es decir, su condición de persona y su núcleo familiar. Esta es una ciudad donde ha pasado de todo y aun así la gente se resiste a dar un paso fundamental para extirpar tanto daño que esa indiferencia le ha causado a Santa Marta.

Muchas veces quienes tenemos la condición de opinadores nos desalienta y desestimula el comportamiento ciudadano porque a pesar de meterle el dedo en la herida untado de mertiolate, alcohol, picante, pimienta y limón, aceptan el dolor así les haga metástasis como el cáncer. Y eso es precisamente lo que le pasa aSanta Marta, una ciudad cuyos tejidos sociales están destrozados y pocos se encuentran interesados por reconstruirlos con valor, con civismo, con decisión, para recuperar lo que hoy está perdida: la confianza y la esperanza de que esta ciudad puede ser distinta a la que hoy tenemos. Pero para conseguirlo senecesita de su concurso, el mismo del que dudamos se pueda dar.

Por ahora, Santa Marta se merece la suerte que hoy nos arropa.

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