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De soldado a Nobel de Paz: logros y desafíos de Abiy Ahmed

Antes de alcanzar la paz por la que ayer recibió el Premio Nobel, el actual primer ministro etíope, Abiy Ahmed, hizo la guerra. El asesinato de su hermano cuando era adolescente lo llevó a unirse en 1991, con 15 años, a las filas del Partido Democrático de Oromo (ODP), una organización armada de 200 combatientes que buscaba derrocar al entonces mandatario Mengistu Haile Mariam.

Después, se mantuvo en el camino armado, como miembro de inteligencia del ejército etíope, donde participó como oficial de inteligencia en la guerra contra Eritrea. Es decir, libró la guerra a la que, 20 años después, le pondría fin como primer ministro.

Su historia, premiada ayer por la academia noruega, ha transitado por los mismos caminos de violencia y reconciliación que aún pugnan en Etiopía.

 

Contexto Etiopía

La paz ha sido una palabra escasa en el llamado Cuerno de África, la zona nororiental donde se ubican Somalia, Yibuti, Eritrea y Etiopía.

Como explica Jerónimo Delgado, profesor de Estudios Africanos de la Universidad Externado, “el comité está premiando los esfuerzos de paz en una zona históricamente conflictiva”.

En particular, Etiopía y Eritrea tienen un historial de confrontaciones al menos desde 1962, cuando el entonces mandatario etíope, Haile Selassie, le retiró a Eritrea su condición de Estado especial. Tres décadas de tensiones después, la disputa dio un giro con la independencia eritrea declarada en 1993.

Pero solo fue la antesala de más sangre. En 1998, las tensiones territoriales entre ambos países dieron paso a un conflicto que, según cifras oficiales, dejó 80.000 muertos y obligó a la ONU a establecer una zona de seguridad de 25 kilómetros en la frontera para evitar más enfrentamientos.

La paz, pactada desde el 2000, se mantuvo sin aplicar, con tensiones y enfrentamientos esporádicos durante 18 años, hasta que en abril de 2018 Ahmed sucedió en el poder al mandatario Hailemariam Desalegn, quien renunció luego de tres años de protestas en su contra.

El nuevo primer ministro llegó al cargo con un historial de mediador de conflictos. De hecho, como señala un artículo del diario etíope The Reporter, en 2010, siendo director interino de la Agencia de Seguridad de Redes de Información (Insa), Ahmed fue designado para resolver las tensiones desatadas por el asesinato de varios cristianos ortodoxos en su ciudad natal, Beshasha, por parte de fanáticos religiosos.

Fue su primera prueba como arquitecto de reconciliación, y lo inspiró para dirigir su trabajo de doctorado en Filosofía bajo el título “Capital social y su papel en la resolución tradicional de conflictos en Etiopía”.

 

Tender la mano

Tres meses después de llegar al poder, sin ningún acercamiento previo, Ahmed estaba en Asmara, capital de Eritrea, poniéndole término a dos décadas de guerra en las que él mismo había participado.

No hay un gran secreto detrás de esa negociación exprés, que aún está en implementación. De acuerdo con Delgado, el primer ministro etíope solo tuvo que tender la mano a su vecino, el presidente Isaías Afewerki.

Parece sencillo, pero ninguno de sus antecesores lo había hecho. La paz con Eritrea no solo puso fin a un conflicto que llevó a ambos países a endeudarse para atacarse entre sí, sino que, de acuerdo con Delgado, hizo parte de la estrategia del primer ministro etíope para reactivar la economía e implementar reformas sociales en el país.

De hecho, la apertura social ha sido la otra cara de la gestión de Ahmed. En sus primeros meses en el poder, el primer ministro liberó presos políticos, levantó el estado de emergencia interno, nombró mujeres en la mitad de los puestos ministeriales e invitó a un líder opositor en el exilio para encabezar la comisión electoral de ese país.

Etiopía, sin embargo, está lejos de ser un paraíso. Las propias reformas del nuevo gobierno abrieron grietas entre las distintas comunidades que habitan en el país. Según el Consejo Noruego de Refugiados, Etiopía es el Estado con más desplazados internos del mundo debido al movimiento de 2,3 millones de personas, muchas de ellas motivadas por tensiones étnicas sobre la participación en el nuevo gobierno.

La comunidad Tigrayan, que dominaba el gobierno anterior, es una de las que más prevención muestra hacia Ahmed. En un reportaje de la BBC publicado tras la llegada del primer ministro al poder en 2018, un exministro de comunicaciones, Getachew Reda, describía así a Ahmed: “Simboliza el tipo de coraje para asaltar los cielos, pero también representa el tipo de tendencia que pasa por alto las cosas”.

Hacer la paz es en parte eso: dejar pasar. Hacer a un lado enemistades de una guerra en la que se han perdido hermanos y amigos es la parte difícil. Después, solo queda tender la mano.

 

El Colombiano.

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