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Las criaturas Del Toro, sus compañeras de vida

Guillermo Del Toro nació el 9 de octubre de 1964 y creció en una mansión junto a serpientes, un cuervo y ratas blancas.

 

Guillermo Del Toro dice que su mundo fantástico se construyó en sus primeros 11 años de vida.

Las criaturas, los vampiros, los superhéroes, todo viene de la mente de un niño que amaba merodear por las cloacas de su natal Guadalajara y disolver babosas con sal, que tenía un peluche de hombre lobo y que a los cinco años pidió de navidad una planta mandrágora para hacer magia negra.

El destino le permitió plasmarlo todo en el cine y este domingo recibió el Globo de Oro a mejor director por «La forma del agua», que ya había sido reconocida con el León de Oro en Venecia.

«Desde la infancia he sido fiel a los monstruos, me han salvado. Porque los monstruos, creo, son los santos patronos de nuestra dichosa imperfección. Y permiten y encarnan la posibilidad de fallar y vivir», dijo al recibir la estatuilla.

Ésta, su «primera película adulta», como la ha llamado, es optimista, una historia de amor entre una empleada de limpieza de un laboratorio ultrasecreto del gobierno de Estados Unidos y una criatura anfibia presa en un tanque de agua.

«Es su obra maestra hasta el momento», dijo a la AFP Leonardo García-Tsao, crítico de cine en La Jornada y un viejo amigo de «El gordo». «Faltaba un elemento muy de Guillermo que es el humor».

«El laberinto del fauno» y «El espinazo del diablo» fueron más sombrías, explorando temas como la pérdida y la nostalgia. Aunque algo permanece intacto: la distinción entre las criaturas y los monstruos.

 

El cineasta  interactuando con unas de criaturas que han hecho parte de sus famosas cintas.

 

Las primeras las filma «con empatía» y las segundas responden siempre a un ser humano, «que acaba siendo el verdadero monstruo», según explicó el propio cineasta en París.

Del Toro creció en un hogar muy católico. Su madre, una poetisa aficionada que leía el tarot; su padre, un hombre de negocios que se ganó la lotería y montó un imperio de concesionarios de autos.

Nacido el 9 de octubre de 1964, creció en una mansión junto a serpientes, un cuervo y ratas blancas, con las que a veces dormía acurrucado, según un perfil del realizador publicado por la revista The New Yorker.

«Todo lo que soy, en el sentido de la compulsión artística y de las historias que cuento, viene de mis primeros 11 años», dijo a la revista Gatopardo. «Creo que quienes somos en esencia se forma en esos primeros años, después nos la pasamos remendando lo que se rompió y construyendo lo que no».

Entre sus grandes influencias estuvo su abuela. «Ya lo que diga Freud no sé, pero fue importantísima», dijo en esa entrevista. De hecho la relación entre niños y ancianos es una constante en su obra.

Se ve por ejemplo en su ópera prima, Cronos (1993), que cuenta una historia de un atípico vampiro anciano, que no quiere la vida eterna, y su nieta que lo oculta en un baúl.

El secuestro de su padre lo obligó a salir del país en 1998 y dos años «traumáticos» después inició «la etapa española», en la que el tema de la Guerra Civil fue una constante.

«El laberinto del fauno» y «El espinazo del diablo» se filmaron allí con total libertad creativa.

Su primera experiencia en Hollywood fue «Mimic» (1997), en la que, según ha contado, vivió un infierno enfrentando las intromisiones y presiones de los productores.

Ya consagrado, hace cine «con su propia firma», dijo a la González, profesor universitario y exmiembro del comité latino en el Sindicato de Directores. «Es un verdadero artista».

Rechazó por ejemplo hacer Harry Potter o la primera entrega de Thor. Forma parte del prestigioso grupo «Los tres amigos», junto a los también consagrados directores mexicanos Alejandro González Iñárritu y Alfonso Cuarón.

«Tienen estilos muy diferentes, pero Guillermo es el único que ha construido un mundo muy reconocible, es el único que ha permanecido en un género», indicó García-Tsao, que también presidió la Cineteca Nacional de México y no duda en llamarlo «genio».

Pero además lo considera «un personaje encantador, un tipo muy generoso, muy amable», un amigo con quien tenía «un código para decir chistes guarros» y con quien hizo más de una vez «un safari gastronómico» en Guadalajara. «Tiene buen diente».

 

 

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