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Corrupción es romper lo bueno, hacer lo incorrecto, utilizar las funciones y medios de las organizaciones, sobre todo las públicas, en propio provecho, impactando en materia grave la economía, creando antivalores, sustrayendo lo que corresponde a la ciudadanía y comunidad, atentando contra competencia, mérito, eficiencia, confianza y cooperación. Es problema que ha contagiado principios, valores, comportamientos y costumbres de grandes sectores de la sociedad, minimizando sabiduría, conocimiento, coraje, humanidad, justicia, templanza, trascendencia y fortalezas humanas que orientan conductas cotidianas, cohesionan y dan sentido pleno a las voluntades colectivas.
Hacer lo correcto no es solamente hacerlo, sino lo ética y moralmente correcto. Recordar que los procesos humanos muestran un comportamiento cíclico, que solemos olvidarnos de los errores del pasado y por ello los volvemos a cometer, debiendo reconocer como pilares para el desarrollo económico del país justicia, respeto, responsabilidad, transparencia, solidaridad, honestidad, excelsas virtudes humanas que nos hacen personas de bien y contribuyen a combatir la corrupción. Para desterrar la corrupción, conveniente como vital es hacer un pacto cultural para activar con firmeza la ética, los valores y las virtudes humanas de bien en las familias, escuelas y colegios, empresas, comunidades, medios de comunicación e instituciones públicas. Líderes y dirigentes, padres, profesores, gerentes generales, políticos, funcionarios públicos deben transformarse en referentes éticos, de valores y virtudes.
La corrupción comete muchos crímenes. Mata cuando unos pocos usufructúan el financiamiento de obras públicas cuando más débil es el Estado, objeto y sujeto permanente de prácticas corruptas; y, en períodos de remate del Estado, a través de concesiones muchas a precios viles. También mata las esperanzas que el ascenso social pueda lograrse a través del esfuerzo personal y el trabajo honesto. Asistimos estupefactos al súbito enriquecimiento de personajes, inexplicable por su origen social u oficio, simples ciudadanos que a través de la ocasional ocupación de ciertos cargos públicos o su cercanía a diversas esferas del poder político aumentando ostensiblemente su patrimonio y nivel de vida, que muestran deshonesta y fastuosamente.
Aniquila la corrupción el sentido ético de la convivencia social, carcome la confianza en los gobernantes, agranda el escepticismo, la resignación y la indiferencia hacia la política, llave que permitiría a la ciudadanía asumir su protagonismo natural de mandantes del Estado. Ante la impunidad, adormece la indignación colectiva que producen el que muchos ciudadanos cometan delitos amparados en lo que hacen corruptores y corruptos mayores. No existe Estado ni sociedad corrupta, sino servidores públicos que hablan en nombre del Estado sin representarlo en su espíritu y exacta dimensión; y, empresarios, profesionales, sindicalistas y demás actores sociales dispuestos a cambiar favores por canonjías, a conceder y obtener privilegios, desviando de sus legítimos fines los recursos que la ciudadanía confió al Estado para fomentar el bien común.