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El tesoro de García Márquez estaba en Cartagena

Las borradores de obras destacadas de Gabriel García Márquez, se encontraron en Cartagena, gracias a las investigaciones que sobre Gabo hizo Jorge García Usta.

 

Con Rocío García, la esposa arjonera de Jorge, a quien él llamaba Zoe, nombre de la abuela de ella, se conoció cuando estudiaba Educación Preescolar. Rocío tuvo amores durante seis años con un novio anterior, pero Jorge fue su amor definitivo. Ella nunca conoció un amor anterior en la vida de él.

Jorge García andaba investigando la vida de García Márquez en Cartagena, a su llegada en 1948, mucho antes de cumplir los dieciocho años. Pero su devoción no era solo por el autor de Cien años de soledad, sino también por los músicos populares, por la obra de Héctor Rojas Herazo, por la obra de los periodistas y escritores del Caribe colombiano y del país en general, por los ancestros sirio-libaneses, y por las torpezas ambientales del mercurio en la bahía de Cartagena.

Con un rigor de arqueólogo y una disciplina de buscador de tesoros sumergidos, Jorge se consagró a rastrear todas las columnas periodísticas de García Márquez, publicadas en el diario El Universal.

Rocío García, tuvo noticias de García Márquez en su pueblo, porque allí vivía la familia Barcha, padres de Mercedes, la esposa del escritor. En muchas ocasiones, García Márquez pasó temporadas en la casa de los suegros en Arjona, y se hospedaba en Villa Zoyla. Una de las curiosidades que comparte Rocío es que Jorge siempre le pedía en sus viajes a su novia y futura esposa, que le recogiera palabras antiguas, salidas del monte de los labios de los campesinos.

 

Un tesoro encontrado

Jorge murió a sus 45 años en 2005, de una aneurisma cerebral, partida que truncó su espléndida obra periodística, literaria e investigativa. Su biblioteca colosal y su archivo personal sigue dando sorpresas.

Hacía años guardaba unos 66 pliegos gigantescos mecanografiados en papel periódico, que él estaba estudiando, y que presumiblemente, eran borradores de García Márquez.

“No supe jamás cómo le llegaron esos pliegos a Jorge, pero el último año de su vida, él quería comprobar si eran originales, y temía que se perdieran en tres mudanzas que tuvimos. Cuando nos mudamos a la calle Siete Infantes, los pliegos se extraviaron entre las miles de cajas, y Jorge temía que se hubieran perdido para siempre. Pero cuando murió Jorge, me dediqué seis meses a inventariar todo lo que contenían las cajas, y me encontré con los enormes pliegos que decían: Gabriel García Márquez”, manifestó su esposa Rocío.

Agregó que “en algunas de las márgenes, que databan de 1948 y 1952, García Márquez había escrito Úrsula y debajo: Evangelina. En algunos de esos legajos había tres versiones de un mismo texto. Y algo que hablaba de la Marquesita de la Sierpe. Los legajos quedaron allí, y solo hasta hace dos años, con ocasión de la publicación de la investigación sobre Árabes en Macondo, volví a tropezarme con los pliegos, metidos en una bolsa plástica transparente, que estaban amarrados con una cinta. Olían a  viejos papeles arrumados.  Llamé a Jaime Abello y a Alberto Abello para que vieran esos legajos. Ellos dieron fe que eran textos de García Márquez. Reconocieron su letra en las márgenes”.

Buscaron un perito del Banco de la República, quien con lupa empezó a descifrar aquellos papeles que parecían los pergaminos de Melquíades.

El hallazgo de ese tesoro en el archivo de García Usta, son los cuatro cuentos inéditos que ahora ha adquirido el Banco de la República, la mayor sorpresa arqueológica de los inicios de García Márquez, de los años 40, en la que es posible ver el esqueleto de Macondo, el de Úrsula, el coronel Aureliano Buendía y el esqueleto de El ahogado más hermoso del mundo, inconcluso en los párrafos de El ahogado que nos traía caracoles. Allí también, en el  texto olor antiguo, un recuerdo de infancia de una tienda de Aracataca.

El segundo texto es un relato sin título, que formaba parte de una serie titulada “Relatos de un viajero imaginario”, y Relato de las barritas de menta, que remite también a las tiendas de inmigrantes italianos en Aracataca. Las mentas tenían “olor a pan guardado y a petróleo crudo”.

Gonzalo, el hijo menor de García Márquez, contó que junto a su hermano Rodrigo, rompían los borradores de su padre que él les iba entregando. Gonzalo quedó sorprendido con este hallazgo en Cartagena.

Los hijos del escritor nacerían diez años después. Así que los borradores se salvaron de ser destruidos. El tesoro de García Márquez sobre sus inicios no estaba en otra parte que en el archivo de García Usta, en un archivo secreto en Cartagena. Junto al tesoro, estaba también una carta de amor de Jorge García Usta a su amada ‘Zoe’. /Colprensa

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