HOY DIARIO DEL MAGDALENA
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Linchamientos

Un alcalde irlandés de Galway,  James Lynch Fitzstephen, y Charles Lynch, juez norteamericano de Virginia, se disputan la triste distinción póstuma de haber servido su nombre para  denominar como linchamiento los homicidios de delincuentes sospechosos, por parte de la multitud enfurecida que cree vengar así un crimen.

Y aunque nadie se acuerde del Lynch de Irlanda ni del  virginiano, sus nombres resuenan en estos días en los medios de comunicación de Colombia con una frecuencia preocupante. Las noticias llegan de todas partes, como si una súbita furia vengadora se extendiera por el país, contagiando  a su paso a quienes creen contribuir de esta manera  al orden social.

¿Qué desató la oleada?

Durante largas décadas se viene aclimatando un sentimiento de rechazo a la impunidad, acompañado de la sensación de desamparo de los ciudadanos comunes y corrientes, prisioneros de la inseguridad y amenazados a cada instante por la delincuencia común, que acosa  a los transeúntes, asalta los hogares, abusa de los pasajeros del transporte público y les arrebata  sueldos y ahorros a los trabajadores que acaban de recibir su salario.

Los expertos dicen que son “pequeños delitos”, aunque muy molestos. Pequeños tal vez para quien no es la víctima y no tiene que soportar meses enteros  sin celular ni cartera, o sin aretes y las señoras con el lóbulo de la oreja rasgado.

Los delincuentes capturados, un porcentaje mínimo de los integrantes de las pandillas especializadas en robos y atracos, regresan a la calle después de unas breves horas, a veces minutos, en la cárcel, después de aprender en ella unos trucos adicionales. Y, si   su estadía se prolonga por unos días, hacen nuevas conexiones  para continuar delinquiendo con más efectividad y descaro.

En  medio del ambiente de justa indignación, que estaba por estallar en cualquier momento, las noticias sobre los asesinatos y violaciones de niños y la justicia que ni ve ni llega, predispusieron el ánimo de la ciudadanía a tomársela por su propia mano. Ahora cada emisión de noticiero muestra en la televisión cómo una multitud enardecida persigue al  sospechoso y le propina tremenda paliza. Participan viejos y jóvenes ancianos, hombres, mujeres y adolescentes.

Y, para colmo del horror, las confusiones son frecuentes y terminan moribundos o muertos unos inocentes que nada tuvieron que ver en los hechos,  o que cometieron  un desafuero distinto. Pero la furia del linchamiento no permite, en esos momentos analizar lo que no sea el afán de hacer justicia por la propia mano. Allí no hay lugar para aplicar el beneficio de la duda, nadie grita in dubio pro reo para que la duda favorezca al acusado, ni pide que se valore el acervo probatorio y se sopesen las causales atenuantes. Es la brutal reacción de unos ciudadanos cuando deciden hacer por su mano la justicia que el Estado es incapaz de aplicar pronta y cumplidamente.

Quienes promovieron impunidad para delitos de lesa humanidad y al mismo tiempo buscan descongestionar las cárceles sacando a la calle a los delincuentes comunes, sin medir las consecuencias, que nos expliquen cómo se frenan estos brotes de barbarie, protagonizados por ciudadanos descontrolados que sienten orfandad ante la ley y no reconocen autoridad.

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