HOY DIARIO DEL MAGDALENA
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Éxodo centroamericano hacia la tierra no prometida

La primera caravana avanza por el sur de México

 

A Richard Umanzor, un hondureño de 24 años, le dijeron por teléfono que iba a salir una caravana para migrar a Estados Unidos y él se fue “buscando el futuro”. En centroamérica el futuro no es una cosa que viene, sino hacia la que se llega caminando, a veces en camión o en tren, y que queda al norte. “Pa’ arriba”, como suelen decir las cerca de 10.000 personas que como él salieron de sus países en octubre y ahora recorren México en la mayor caravana de migrantes de la historia de centroamérica.

Algunos no sabrían ubicar a Estados Unidos en el mapa y, sin embargo, son un factor clave del futuro político de esa potencia; la bandera escogida por el presidente Donald Trump para alentar el sentimiento antimigratorio de cara a unas elecciones legislativas en las que se juega su gobernabilidad.

Estados Unidos se volvió el destino de la caravana casi por equivocación. El plan que le presentaron a Bartolo Fuentes, un político del partido del expresidente Manuel Celaya señalado por el gobierno de Honduras como organizador del desplazamiento, era reunir unas 200 personas y pedirles refugio en México.

Fuentes difundió la información por sus redes sociales y llegó a la terminal de buses de San Pedro Sula, el punto de encuentro, la noche del 12 de octubre. Para el amanecer, ya eran unos 1.500 y el rumbo era Estados Unidos. Fueron convocados por “los medios irresponsables que hicieron creer a la gente que les iban a dar comida y transporte”, dice el político.

Se volvieron noticia. Dos días después, cuando cruzaron la frontera con Guatemala, llegaban a los 3.000. Solo habían recorrido 277 kilómetros, aún los separaban 4.000 de la frontera entre México y Tijuana y, sin embargo, celebraban como si hubieran llegado al otro lado del mundo.

Su logro era el mismo que a diario alcanzan 300 personas que salen de Honduras, según la Pastoral de Movilidad Humana de la iglesia católica. “Se trata de una migración por goteo que viene desde los años 90”, explica Rodolfo Casillas, académico de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales con más de 130 publicaciones sobre migraciones en centroamérica.

Los que se van abandonan un país en crisis –con la cuarta mayor tasa de homicidio del mundo y con un 60 % de la población en la pobreza– y convulso políticamente: en menos de una década ha sufrido un golpe de Estado en 2009, contra Manuel Celaya, y una elección considerada ilegítima en 2017; la del actual presidente Juan Orlando Hernández, quien se ratificó en el cargo a pesar de que la prohibición de la reelección consta en la constitución.

Asfixiado por la sombra del fraude, Hernández ha dicho que la caravana es una estrategia urdida por la oposición para debilitar su gobierno. Fuentes, como presunto organizador, fue deportado poco después de cruzar Guatemala y, tras unos días en Honduras en los que El COLOMBIANO contactó con él, ha dejado el país por miedo a ser detenido.

 

Migración heredada

Dejar Honduras es la gran meta pendiente en las vidas de miles de jóvenes cuyos padres o tíos hicieron lo mismo hace una década. Algunos tuvieron éxito y envían remesas desde Estados Unidos, que representan 1 de cada 5 dólares del Producto Interno Bruto de este país.

Otros, desistieron en el camino, desaparecieron por las redes de secuestro que operan en la ruta migratoria o fueron regresados a su país. Es el caso de los 57.000 deportados entre enero y septiembre. Una cifra que podría dispararse a final de año, cuando la caravana, a la que siguen otras tres que partieron de Honduras y El Salvador, llegue a la frontera con Estados Unidos.

La migración, “transmitida como conocimiento social de generación en generación en centroamérica”, explica Casillas, se ha adaptado a esos riesgos y encontró en los desplazamientos masivos visibles para la opinión pública un mecanismo de protección.

“Los jóvenes tienen mejores ideas”, dice Felicita, una mujer de la ciudad de El Progreso. No tiene noticias de su hijo desde el 13 de octubre, cuando al volver a su casa y no encontrarlo entendió que sus consejos no lo habían disuadido de sumarse a esta nueva forma de partir.

 

Hipotecar el futuro

En un albergue de migrantes, como los al menos 30 que hay a lo largo de México, las nacionalidades se atraen. Un hondureño procurará acercar a aquellos en quienes identifique un acento familiar o un gusto musical común. En ese breve intercambio entre comida, sueño y partida hacia una nueva ciudad, se comparte información: la familia en Estados Unidos que lo ayudará a entrar, el dinero con el que cuenta, los nombres de quienes quedaron en su país.

Cuando aborden el tren a la mañana siguiente, es probable que los compañeros de esa noche acuerden ir en el mismo vagón. Es probable, también, que ese vagón sea en el que las redes de secuestro hayan reunido a los objetivos y que el compañero de canciones e historias del albergue sea un secuestrado previo que colabora con los criminales para pagar su libertad. Su rol: identificar a las posibles víctimas entre sus propios coterráneos.

“Por ser migrantes de la pobreza, se piensa que no tienen recursos, pero en realidad ellos están dispuestos a hipotecar su futuro”, explica Rodolfo Casillas. Agrega que las tarifas de rescate varían según la información obtenida: si el secuestrado tiene familiares en Estados Unidos, el monto es de unos 3.000 dólares. Si la llamada de extorsión va dirigida a Honduras, El Salvador o Guatemala, este baja a 1.000 dólares.

Funcionan como empresas del delito paralelas a las rutas migratorias y de la droga. La primera, la del Pacífico, es territorio del cártel de Sinaloa y se considera la más segura, aunque es más extensa y atraviesa el desierto. La del Golfo de México, más directa, es por eso mismo la zona de influencia de los Zetas y el cártel del Golfo. Por allí, el jueves pasado, enfiló la primera caravana de migrantes.

 

Arriba, armas y muros

“Me imagino que Estados Unidos es maravilloso”, dice Richard Umanzor. Solo llegó hasta Guatemala. Se devolvió por miedo a terminar en la cárcel tras intentar derrumbar el paso fronterizo con México. Aunque, dice, se prepara para volver a intentarlo.

Estados Unidos ha anunciado el envío de un contingente de soldados tres veces más grande que el que combate a Estado Islámico en Siria para detener a los migrantes, a pesar de que estos aún están 1.500 kilómetros de la frontera.

“Hay mucha gente que está ganando con este fenómeno, el primero es Donald Trump”, dice Casillas. “Pero los que menos están ganando son los migrantes”. Al final del éxodo, el escenario más probable es que no haya tierra prometida. Que los que lleguen hasta el final hayan recorrido 4.300 kilómetros a pie hasta las puertas de un futuro que los envíe de vuelta.

El Colombiano

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