HOY DIARIO DEL MAGDALENA
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El sacerdote que predica en las ruinas de la guerra

Así quedó Alepo tras ser arrebatado a fuerzas rebeldes en 2016. En retrato, monseñor Denys Chahda.

 

Cuando las tropas sirias recuperaron la ciudad de Alepo, a finales de 2016, en las pocas paredes que quedaban en pie tras los bombardeos contra los rebeldes podía leerse: “El Asad o nadie”. La consigna estaba cerca de ser real: la guerra, iniciada en 2011 tras protestas contra el régimen de Bashar al-Ásad, había dejado al menos 320.000 muertos, un tercio de ellos civiles, y 22 millones de exiliados.

Esta confrontación, aunque civil en un primer momento, terminó involucrando a grandes potencias. Por el lado de los rebeldes, una coalición liderada por estados Unidos; en favor del Al-Ásad –presidente de Siria desde el 2.000, cuando heredó el cargo de su padre– han luchado fuerzas rusas e iraníes. Además, el Estado Islámico permanece en guerra contra todos los bandos.

El escenario principal del conflicto fue Alepo, la puerta de entrada de Rusia y Turquía en Siria. Esta ciudad milenaria, que presenció la caída de los persas, los romanos y los otomanos, fue testigo en 2016 de la derrota de los rebeldes, expulsados tras una ofensiva estatal que recurrió al uso de armamento pesado en zonas civiles, dejando en el proceso decenas de muertos.

Pero la victoria de Al-Ásad tenía otra cara: la conclusión del miedo de la persecución del Estado Islámico para el arzobispo Denys Antoine Chahda y el resto de cristianos de la ciudad, una minoría con una presencia tan antigua en Alepo como los imperios desaparecidos allí. Chahda, a diferencia de muchos de sus fieles y colegas, permaneció durante los 5 años más crudos de la guerra en esa ciudad, donde aún ejerce como arzobispo. Habló con EL COLOMBIANO sobre su experiencia.

 

¿Por qué decidió seguir en la ciudad a pesar de la guerra?

“No salimos de la ciudad para ayudar a las familias que quedaron en la pobreza. El pastor debe permanecer entre su rebaño. Cuando se va el obispo o el sacerdote de una comunidad, la gente se pierde”.

 

¿Cuál ha sido el momento más difícil de estos años?

“Cuando la ciudad estaba atrancada. Los terroristas intentaron entrar y no pudieron, así que la cercaron. No había ni luz, ni agua, ni gas. Durante un mes completo no entraban ni comida ni medicamento. Muchas personas se fueron. Al inicio de la guerra la diócesis tenía 1.500 familias, ahora solo quedan 800”.

 

¿Cómo siguió la cotidianidad del oficio religioso?

“Nuestra iglesia fue destruida, pero ahora que el ejército liberó la ciudad, hemos convertido un salón parroquial en una capilla. Y ahí celebramos la misa diaria y dominical. Venía poca gente, ahora podrán ser más. Gracias a Dios el 9 de septiembre inauguramos nuestra catedral restaurada”.

 

¿Cómo conviven tantas religiones en Alepo?

“En Alepo, en general en Siria, tenemos mucha armonía con los musulmanes. Nunca tuvimos problema con ellos, con los que no son fanáticos, gracias a Dios. Tenemos la libertad de hacer nuestras misas, celebrar nuestras procesiones en la calle. Los musulmanes fanáticos quisieron derrumbar esa relación y no pudieron.

Hay errores, obviamente. Personas que no toleran ver a las mujeres cristianas andando sin velo en la calle o con un vestido más liberado. Pero yo salgo a la calle con sotana y nadie me dice una palabra. Lo que queremos cuando acabe la guerra es que esa relación la mantengamos para siempre”.

 

¿Qué quiere que pase con el gobierno de Siria?

“Bashar al-Ásad es el presidente más querido en Siria. Es el señor que ama a su país. Un médico abierto al mundo, muy trabajador, sereno, inteligente. Él no es como dicen las telecomunicaciones que trasmiten noticias falsas. Estamos esperando que los grandes países salgan de nuestra vida y así nuestro país será el mejor del mundo. No queremos otro, lo queremos a él”

 

El Colombiano

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