HOY DIARIO DEL MAGDALENA
Líder en la región

Huelga y masacre de las bananeras

El Gobierno Nacional, encabezado por el doctor Miguel Abadía Méndez, reforzó la zona bananera con destacamentos del Ejército Nacional y declaró turbado el orden público.

Por
Carlos Payares González

ORIGEN DE LA UNITED FRUIT COMPANY

Hasta el año 1866 el banano era absolutamente desconocido en el occidente de Europa y en los Estados Unidos. Fue Carl B. Frank quien, en 1866,comenzó a llevar bananos a New York de los plantíos de la actual Zona del Canal de Panamá en Colón. En Philadelphia, para la exposición del Centenario de la Independencia en 1876, se vendieron bananos envueltos en papel de estaño a razón de US $0.10 cada uno.

En 1870 el capitán de la goleta “Telegraph”, Lorenzo Baker, nacido en Cape-Cod (Massachusetts), al regresar de Venezuela, hizo obligada escala en Puerto Antonio (Jamaica), para procurar algo de lastre. Encontró por casualidad disponible un lote de 160 racimos de bananas en el muelle. Los compró a un precio ridículo para venderlo once días después en Yersey City con buenas ganancias. Compró a razón de un chelín por racimo, para venderlo después a US $ 2.00. La historia se repitió en varias oportunidades hasta que el señor Baker se dio cuenta de que necesitaba un mejor medio de transporte para recoger la fruta y traerla de manera pronta al incipiente mercado en los EEUU.

 

Terminó entonces asociado con Andrew Preston, un joven comprador de productos alimenticios en la ciudad de Boston. La empresa comercializadora de alimentos del acucioso Preston se llamaba Seaverns & Co. En 1871 descargaron lo que fue el primer gran embarque de bananas (llamadas “las amarillas de Jamaica”) en el importante muelle de Boston en los EEUU. El negocio marchó tan bien que en 1876 Baker ya era accionista de la naviera la Standard Steam Navigation Co. y Preston Gerente de la Seaverns.

Las ventas de bananos en Boston gozaron de un éxito continuo. En 1885 Baker y Preston fundaron la Boston Fruit Company. El capitán Baker se estableció en Jamaica desde donde vigilaba el embarque de bananos a Boston en los barcos de la Standard Steam Navigation Co. Preston actuaba además como gerente de ventas en Boston.

Una década después, antes de terminar el siglo XIX, el 30 de mayo de 1899, aparece sigilosamente un engendro monopólico de la mano de Minor Cooper Keith: The United Fruit Company. Era el mismo momento en que el historiador Ramón Demetrio Henríquez decía que “la zona bananera no era más que una selva inconmensurable, de grandes montañas y bosques impenetrables”. Circunstancia ratificada por Manuel Díaz-Granados —a pesar de la existencia de la “Compagnie Inmobiliere et Agricole de Colombie”— al manifestar que “fue precisamente al finalizar el Siglo XIX cuando se inició el desarrollo de la producción agrícola regional con los cultivos de tabaco, cacao y otros de pancoger, convirtiéndose más tarde en la extensa a del oro verde en Colombia”. Santa Marta y Ciénaga eran unas “poblaciones soñolientas” —como expresa C. LeGrand (2001)— aisladas del resto de Colombia y del Mundo. 

Keith estableció una sociedad por mutua conveniencia con la Boston Fruit United (la empresa de Preston y Baker). En 1898 se había quebrado la empresa que le comercializaba el banano en los EEUU: la firma Hoadley & Co. Keith empezó entonces a enviarle a la firma Boston cargas de banano que le sobraban después de cubrir la demanda establecida en el sur de los EEUU. Andrew Preston sería el primer presidente y Minor C. Keith el primer vicepresidente. No cabe duda que los dos se anticiparon a la época en cuanto al establecimiento de buenos negocios allende las fronteras de los EEUU y en cómo estimular a las personas para convertirlas en potenciales consumidores.

Minor Cooper Keith adquirió altos préstamos a corto plazo de varias compañías financieras de New York y Londres. Terminó asociándose con Gustav Frank, un cultivador de banano en Panamá, quien era el que le había regalado los primeros vástagos que Keith había sembrado en Costa Rica en 1871. Ambos enviaban pequeños cargamentos de bananas a New Orleans. A la carga le adicionaban otros productos como zarzaparrilla, vainilla y carey.

Con el correr de los años, Keith cultivaba o compraba bananas desde Guatemala hasta Colombia por medio de sus empresas Tropical Trading and Transport Co., The Colombia Land Co. y The Snyder Banana Co. Sin embargo, las cosas se complicaron cuando la firma Hoadley & Company de New Orleans, quien había sido su distribuidora, quebró causándole a Keith una pérdida de un millón y medio de dólares. Entonces, la Boston Fruit creó la Fruit Dispatch Company, firma que se hizo cargo del manejo y distribución de una parte de la fruta de Keith. Esta relación terminó estableciendo buenos lazos de entendimiento y de fusión entre la Boston Fruit Company y las compañías de Keith. Así fue como apareció la United Fruit Company.  

Andrew Preston sería el primer presidente y Minor C. Keith el primer vicepresidente. No cabe duda que los dos se anticiparon a la época en cuanto al establecimiento de buenos negocios allende las fronteras de los EEUU y en cómo estimular a las personas para convertirlas en potenciales consumidores. Si no hubiese sido por la existencia de la UFCo., el banano no se hubiese popularizado como ocurrió. Era un monopolio transnacional eficiente a costo de lo que fuera. Poco a poco se fue apoderando del mercado mundial con una serie de prácticas nada santas: compró varias compañías navieras y el ferrocarril. Así mismo, compañías importadoras y comercializadoras de la fruta y, cuando lo deseaba, bajaba los precios para que sus pequeños competidores no tuvieran utilidades, o la destruía, para mantener los precios altos y adueñarse por completo del mercado; esto es lo que se conoce como Dumping. Así fue logrando dominar entre el 80 y el 90% de todo el mercado del banano. Keith pasó a ser entonces el conocido “Papa Verde” de los negocios del banano y un tumba-pone gobiernos a lo largo de las selvas tropicales del Continente americano.

LA ZONA BANANERA DEL MAGDALENA

Tanto los ferrocarriles como los negocios del banano en las “Repúblicas Bananeras” eran parte de “La Gran Empresa”. No obstante, a la luz pública, ambos negocios eran tratados de manera separada por la decisión de M. C. Keith. Así, en la zona bananera de Santa Marta y Ciénaga el ferrocarril estaba a cargo de la firma inglesa The Santa Marta Railway Company Limited. Para la compra o apropiación de las tierras aptas para la siembra de banano actuaba The Colombia Land Company. Todo el mundo sabía que en la realidad estas dos empresas eran del señor Keith. Era la UFCo. la que ponía las condiciones de expansión de las líneas férreas y también del uso de los vagones del ferrocarril. Golpeaba a las pequeñas firmas de competidores locales cuando de transportar la fruta en el ferrocarril se trataba.

En el caso colombiano jamás quiso la UFCo.extenderlo hasta las riberas del Río Magdalena porque en sus tierras aledañas no tenía cultivos de banano, a pesar que los iniciales contratos de la construcción del ferrocarril en el Departamento del Magdalena, desde finales del Siglo XIX, así lo determinaban. El mismo uso del ferrocarril develaba la forma discriminatoria como observaba la compañía a los diferentes actores sociales que participaban en el negocio del banano. Había vagones de primera categoría, repletos de comodidades, que sólo eran utilizados por la gerencia y “la crema de empleados” de la UFCo.

En 1915 las tarifas que cobraba el ferrocarril de Santa Marta hacían imposible el trasporte de alguna otra cosa que no fuera banano. Los víveres que no pertenecían a la UFCo. pagaban altos aranceles. Los comerciantes de Ciénaga y Barranquilla disgustaban frecuentemente por esta situación y la del pago con vales a los trabajadores por parte de la Compañía para que compraran exclusivamente en los Comisariatos de su propiedad, dado que esta circunstancia asfixiaba el comercio local. Por eso, hasta cierto momento, los comerciantes de Ciénaga y Barranquilla apoyaron la famosa huelga de 1928 ocurrida en la zona bananera del Magdalena.

En 1925 el ferrocarril operaba 290 kilómetros, de los cuales el 48% correspondía a ramales que entraban a las fincas de la UFCo. En 1932 la Compañía ofreció entregar el ferrocarril al gobierno colombiano, pero de una manera extraña lo que hizo éste último fue prorrogarle la concesión a 30 años más, con un canon anual de un 10% del PBI. Solo 70 años después de la concesión inicial, el ferrocarril de Santa Marta fue revertido al Estado colombiano. Durante ese mismo tiempo la UFCo. mantuvo bajo su control el muelle de Santa Marta.  

Al comienzo del Siglo XX la UFCo. tenía en territorio colombiano no menos de 5.200 hectáreas explotadas con la planta de banano. Para 1907 exportaba mensualmente alrededor de 200 mil racimos. Para 1913 pasaba de 32.200 hectáreas, de las cuales solo cultivaba el 40% (13.300 hectáreas). En 1921 la UFC adquirió a la Compañía Inmobiliaria y Agrícola de Colombia (de origen francés), 20 mil hectáreas de tierra, de las cuales 1.000 estaban sembradas de banano, por la suma de US$770.000. Para 1928, año de la fatídica masacre, la UFCo. ocupaba alrededor de 60 mil hectáreas. En 1934, cuando la UFCo. vende en una operación ficticia sus bienes a la Magdalena Fruit Company, el total de tierras escrituradas era de 57.145 hectáreas.

LA PROPAGANDA COMERCIAL DE LA UFCO

La lucitana-brasileña Carmen Miranda nunca se alcanzó a imaginar las truculencias que había en el próspero negocio del banano. La dama aparecía en los escenarios de los grilles norteamericanos con una típica ropa y un llamativo sombrero atiborrado de frutas, entre estas, la fruta del banano. La UFCo. había logrado con sus anuncios que la banana fuese interiorizada como “cosa del honor masculino”. Insinuaba que una banana menor de 22 centímetros no cumplía con los requisitos para ser disfrutada. Así mismo, divulgaba pequeños manuales donde se les enseñaba a las señoritas educadas o cultas cómo pelar y comerse una banana. La fálica fruta no debía ser llevada a la boca de forma directa. Mucho menos el ser comida directamente con las manos.

También apareció un afiche donde bastaba con bajar una cremallera insertada en la cáscara del banano para acceder gustosamente a la carnosa fruta. La UFCo. se encargó de que la gente profesara que comer bananas servía para tener una salud física y/o mental envidiable. Manifestaba que un plato con bananas promovía tanto la paz como el amor. También que producía en las personas ciertos “efectos eléctricos” similares a las “chispas de la vida” de la Coca-Cola. Por cierto que esta última fue recuperada por la UFCo. en un momento de fuerte crisis en los EEUU. Sólo le faltó a “La Gran Empresa” transnacional “rectificar” que lo que Eva le dio de comer a Adán no fue una manzana sino una apetitosa banana. O viceversa.

EL CONTRABANDO DE NEGROS PARA EL BANANO

Con la experiencia en el manejo de la mano de obra de diversos países, el señor M. C. Keith junto con Andrew Preston, quienes eran los propietarios de la UFCo., terminaron por acoger una teoría racistaaceptada por buena parte del Mundo: la mano de obra negra, originaria de las colonias británicas en el Caribe, terminó ocupando el primer lugar por su “resistencia” y “obediencia”. Se decía sobre la sumisión de los negros que “eran extremadamente educados”. Keith terminó prefiriendo a los jamaiquinos como trabajadores para su propósito de expandir las siembras del banano. En Jamaica no abundaban posibilidades de empleo y cuando se lograba, eran mal pagos los trabajadores (20 centavos de dólar al día). En el caso colombiano, se introdujo ilegalmente mano de obra por los puertos de Santa Marta y Barranquilla,bajo el criterio racista mencionado. Los jefes de aduana eran sobornados por la Empresa para que se hicieran los de la vista gorda.

La UFCo. rediseñó el mundo del banano. Agotaba la capacidad laboral de los trabajadores hasta el tope cuando era necesario y los obligaba a gastar los salarios (pagados con vales) en los Comisariatos, los que de hecho, fueron la primera cadena internacional de almacenes. Los Comisariatos dejaban buenas utilidades a la UFCo. Las mercancías ofrecidas representaban la carga para las bodegas de los buques de la “Gran Flota Blanca” cuando regresaban de los EEUU o de Inglaterra para volver a embarcar la fruta.

El periódico The New York Times afirmaba que la presencia de la UFCo. en los países del tercer mundo era una oportunidad para que los pobres disfrutaran de los “lujos” que la sociedad norteamericana había alcanzado. Para que los trabajadores consumieran comidas saludables y exquisitas como eran los jamones de Virginia y manzanas de California. También algunos productos como la Emulsión de Scott, betunes Cherry, Alka Seltzer, Toallas Higiénicas Kotex, cremas dentales, espejos, tijeras, aceites, bicicletas, sombreros, relojes, bombillos, Coca-cola, etcétera.

LA UFCO.: LA COMPAÑÍA PULPO

La historia de Costa Rica, Guatemala, El Salvador, Nicaragua, Honduras, Belice, Cuba, Jamaica, Haití, Colombia, Panamá y Ecuador, está asociada a la historia tremebunda de la UFCo. Fueron conocidas durante el Siglo XX como las “Repúblicas Bananeras”. La UFCo. estableció en todas ellas un enclave que operaba desde Centroamérica, atravesando varias islas del Caribe, hasta llegar a las tierras suramericanas. La UFCo. puso en ejercicio en dichos territorios el modelo incipiente del “capitalismo salvaje”, sin restricciones de ningún tipo, dado que la Empresa Frutera era capaz de hacer cualquier cosa para preservar sus intereses.

Es por eso que a la UFCo. se le conoció como la “Compañía Pulpo”, dado que sus tentáculos se extendieron por todas partes, capaz de romper cualquier caparazón legal o social que se cruzara en sus propósitos. La UFCo. fue un paraíso para pocos y un infierno para muchos. Es absurdo desconocer el memorial de arbitrariedades de la UFCo. en contra desus trabajadores, los cuales eran obligados a trabajar bajo precarias condiciones y a recibir el pago por medio de unos vales que solo eran redimibles en la cadena de almacenes de propiedad de la misma Empresa.

En 1918 los trabajadores de la UFCo. en Colombia se fueron a la huelga. Querían trabajar 8 horas diarias durante 6 días a la semana. Agregaron también ciertas  reivindicaciones en el orden de los servicios de salud y educación. La huelga fue un fracaso. A la UFCo. no la trasnochó debido a que los mercados internacionales apenas reiniciaban la demanda de la fruta después de la Primera Guerra Mundial. Prefería que la fruta se pudriera en los embarcaderos del ferrocarril. Terminó promoviendo dentro de los huelguistas un grupo de esquiroles que entregó el movimiento a cambio de prebendas y de una sede oficial del sindicato. Por eso se le conoció en la zona bananera del municipio de Ciénaga como el “sindicato amarillo”.

A la zona bananera seguía llegando mano de obra extranjera (sirios, libaneses, italianos, españoles) con ideas sindicalistas y comunistas. Entre estos estaban Elías Castellanos y Abad Mariano Lacambra (españoles); y Genaro Torini (italiano). Estos trabajadores, de estirpe anarquista, fundaron en el poblado de Guacamayal un grupo llamado “Libertario” que pronto se ganó la adhesión de muchos trabajadores. En 1924 se presentó otra huelga por parte de los trabajadores de la zona bananera de Ciénaga que desembocó de manera similar a la anterior. Duró un solo día.          

El 12 de noviembre de 1928 se decretó una nueva huelga. Era época de prosperidad para la UFCo. por los volúmenes de embarque de la fruta. Los trabajadores presentaron un pliego de 9 puntos escamoteado por la UFCo. El Gobierno Nacional, encabezado por el doctor Miguel Abadía Méndez, reforzó la zona bananera con destacamentos del Ejército Nacional. Declaró turbado el orden público y nombró como alcalde plenipotenciario de Ciénaga al General Carlos Cortés Vargas.

Algunos terratenientes bananeros habían estado enviando telegramas al Presidente de la República y al señor Ministro de Guerra, en donde hablaban de un complot subversivo en la zona bananera contra de los intereses de la UFCo. y del Gobierno Nacional. En realidad era la UFCo. quien había estimulado esta interpretación sobre los huelguistas en sus privadas comunicaciones con el Consulado norteamericano en Santa Marta y la respectiva Embajada en Bogotá. El Consulado fue quien sugirió la presencia de un buque de guerra de los EEUU en el mar de Santa Marta dispuesto a actuar en caso de ponerse en riesgo la vida de los gringos en la zona bananera. El hecho aparece registrado en algunas comunicaciones de la UFCo. durante la huelga y en algunos escritos posteriores.

EL GENERAL CORTÉS VARGAS:

PIEZA DE UNA CONSPIRACIÓN

El diario “El Liberal” en 1938 definía con claridad qué significaba la UFCo. en Colombia. Decía en su editorial que

“Todo lo que se refiere a las actividades de la United Fruit Company tiene propensión a convertirse en cosa oscura, intrincada y azarosa. La Compañía en estos años ha procedido a allanar los obstáculos que ha encontrado en las leyes e instituciones de la República, con audacia y poco escrúpulo. Lo único que sí se ve forzosamente palpable, es que existe una poderosa empresa dueña de todos los resortes vitales de la industria bananera, que controla el crédito, la tierra, el agua, el ferrocarril, los muelles, el trasporte marítimo, la selección del fruto, los mercados internacionales, que lleva muchos años establecida entre nosotros y no tiene nada que arraigue a nuestro suelo, porque en todo ese tiempo no ha levantado sino campamentos transitorios, instalaciones baratas y fugaces con el criterio clásico de la explotación intensiva de las condiciones naturales […]”.

Este fue el verdadero escenario en medio del cual se desplegaron los acontecimientos de la Huelga y la Masacre. El General Carlos Cortés Vargas sostuvo en su libro Sucesos de las Bananeras que la orden de disparar dada a la tropa contra los trabajadores en la Estación de Ciénaga, obedeció al “honor patrio”: el de no permitir la intervención de las tropas extranjeras norteamericanas en tierras colombianas. El Ejército de Colombia se encargó, entonces, de poner los muertos necesarios para defender los intereses de la UFCo. y de unos cuantos terratenientes de la región.

Una cifra de muertos que hasta el día de hoy no se sabe con exactitud. Según diferentes fuentes los muertos fueron:

La masacre de la madrugada del 6 de diciembre de 1928 fue el resultado nomotético de un mundo conflictivo que se inició desde el amanecer del Siglo XX en la zona bananera del Magdalena. El sacerdote Tomás de Berlangas nunca pensó que al sembrar en 1516 las semillas del banano en la isla La Española, cuatrocientos doce años después, en el distrito de San Juan del Córdoba serían regadas con la sangre de los ‘mozos’ de la fruta del banano. La fiebre del ‘oro verde’ terminó siendo “miasma” con cientos de muertos, talcomo había ocurrido con las diferentes pestes en la historia feudal de la Humanidad.

Cortéz Vargas conocía que los trabajadores se trasladarían masivamente a la capital del Departamento en búsqueda de una definitiva solución. Había escuchado de sobra de la inexistencia de alguna tentativa de negociación por parte de los gringos. El Gerente Thomas Bradshaw saboteaba con toda clase de artilugios el asomo de cualquier acuerdo sugerido en varias ocasiones por el señor Gobernador. Los jamones traídos desde Virginia, comprados en los comisariatos por los trabajadores, fueron reemplazados por las fritangas instaladas en la gran Plaza de la Estación. La gente del común saboreaba los suculentos platos propios de la tierra de la sal de espuma y de la nueva fruta prohibida. Se batían banderas tricolores. Se entonaban merengues, porros y paseos.

Al amanecer nadie podía entrar a la Plaza de la Estación dado que el lugar se encontraba acordonado por el Ejército Nacional. Un reguero de sombreros, machetes, mochilas, peroles, banderas, pancartas y unos encharques de sangre coagulada atestiguaban lo que en la oscuridad había ocurrido. Solo hasta la seis de la mañana la tropa permitió el ingreso del Personero Municipal, Gilberto Valdés, los galenos Anselmo Martínez y Manuel J. del Castillo, el Secretario Municipal, Miguel González Hidalgo, y el sacerdote de Pueblo Viejo, Eloy Rada, para practicar el levantamiento de 13 muertos. Sin embargo, los peritos asignados no lograron ver lo que vio el médico del pequeño Hospital de Ciénaga, Carlos Acosta García, quien manifestó al periódico La Nación que las balas usadas eran “dum-dum” (balas expansivas diseñadas para multiplicar el daño). El Doctor Acosta García fue apresado y condenado por el delito de sedición y calumnia. El galeno acompañó en la cárcel a otro inocente como lo fue el Abogado Víctor Royero, a quien la tropa maltrató con la penosa tarea de la recolección de los excrementos de todos los apresados.

Las distinguidas familias del poblado de San Juan del Córdoba (llamadas por el pueblo como “de la sociedad”), siempre blasonaban sobre sus partenonicas edificaciones. Parece ser cierto lo que el General Carlos Cortés Vargas manifestaba en su libro “Los Sucesos de las Bananeras” que “la gran mayoría de los 27 mil habitantes de Ciénaga vivían en casas de tablas con techos de paja”. Con un lujo artificioso exhibían los ricos de Ciénaga y Santa Marta las opulentas lámparas del más fino cristal, los gobelinos elaborados en los países bajos, los pianos de cola, los muebles y decoraciones del estilo decadentista de la “Bella Época”.

SE FUERON LOS GRINGOS

En verdad, la UFCo. nunca nos ha abandonado. Hemos mencionado las transmutaciones por las que ha pasado para seguir siendo la misma Gran Empresa en el mundo del banano. Persiste además en el alma de las multinacionales que gobiernan la economía basada en la globalización. La UFCo. siempre procuró en los países donde implantó el banano condiciones de bajos impuestos y de pocas regulaciones. La diferencia estriba en que la UFCo. lo conseguía con sus propios métodos y ahora lo logran por medio de leyes o de tratados económicos.

También se quedó en la mentalidad de aquellos terratenientes que recibían los famosos “Banana Checks” por el arrendamiento de sus fincas o la venta de la producción de banano. Cuando la gran Empresa levantó sus campamentos, produjo una devastación social y económica cuyos coletazos todavía son perceptibles: un cúmulo de pueblos abatidos por la pobreza donde todavía algunos beneficiarios se vanaglorian por haber vivido la “época dorada” del banano.

El testamento de la UFCo. está a la vista de todos: donde hubo una riqueza concentrada en pocas manos, emergió una amplia y extremada pobreza. El infortunio que fue sembrado en los pueblos bananeros no deja aún de incomodar a la historiografía oficial. No la deja gobernar con la placidez deseada basada en la mentira de un progreso social o colectivo que nunca existió. El mismo Zemurray, uno de los dueños de la UFCo., hizo una confesión de culpa cuando, después de haber asumido como director administrativo de la UFCo. en 1932 expresó:

 “Me siento culpable de algunas de las cosas que hicimos. Nuestra única preocupación eran los dividendos. Bueno hoy en día no se pueden conducir los negocios así. Hemos aprendido que lo que es más conveniente para los países donde trabajamos también lo es para la Compañía. Probablemente no podremos lograr que el pueblo nos quiera, pero podemos hacernos tan útiles para ellos, que lleguen a desear nuestra permanencia”.

Cuando la tierra se fue “cansando de dar bananos”, de absorber toneladas de pesticidas, como lo ha dicho Fallas:

“Fue entonces cuando levantaron sus rieles, destruyeron sus puentes y, después de escupir con desprecio sobre la tierra exhausta, se marcharon triunfalmente hacia otras tierras en otros continentes de conquista. Se marcharon arruinando hasta a los criollos ingenuos que, creyendo poder medrar a la sombra de la bota yanqui, habían plantado sus tiendas en la región”.

Se fueron los gringos abandonando a sus obsecuentes consocios. Se fueron también los trashumantes peones agrarios que llegaron a la zona bananera del Magdalena desde otras regiones y países para nunca más volver. Entonces fue cuando la encopetada “época dorada” se esfumó como por encanto. Fue quedando entonces la maleza.

La reputación de “aldea millonaria” (Ciénaga y Santa Marta) es un tema del pasado. Las monumentales logias y los faraónicos palacios para viviendas de unos cuantos se han tornado irrepetibles. Se acabaron también las “Fiestas del Banano”, con sus distinguidas damas de reinas facultadas por los clubes de los terratenientes. No se volvió a observar el embarque de personas en primera clase de los monumentales navíos que partían del muelle de Santa Marta con ataviados adolescentes para lograr una buena educación y un estimulante roce social en los más prósperos países europeos.

La obsesión por respirar el gélido aire de Bruselas —satíricamente llamada por el pueblo raso como el “síndrome de la bruselitis”— se fue apagando, como ocurrió con las espermas o los dólares que supuestamente eran encendidos en las nocturnas cumbiambas. Según se decía, mujeres de baja reputación bailaban encueras la cumbia ante los magnates bananeros —criollos y forasteros— que, a la vez, “acercaban sus fajos de billetes al fuego para encender cigarros” traídos de la isla de Cuba (Apuleyo Mendoza, Plinio; Gabriel García Márquez. “El olor de la Guayaba”. 1982). A partir de algún día, la tenaz fantasía de los herederos del banano dejó de cimentarse en la florecida fotografía de la Reina de Bélgica, colgada, por cierto, como cualquier santo, sobre la cabecera en las tantas camas importadas de Europa. Solo nos ha quedado una resistente nostalgia de remilgados exegetas de la “Belle Epoque”. Atiborrados de sueños tormentosos, ruegan por una posible resucitación, derivada de una supuesta historia cíclica, que los colocaría de nuevo en el pedestal de una gozosa vida.

Como lo ha dicho Jacques Joset: “el masacrar a los rebeldes no sirve de nada si no se mata a la vez la crónica de la masacre”. Es decir: se impuso la ley del olvidadizo silencio. El desmemoriado discurso oficial ha ido sustituyendo tanto a la verdad histórica como a la memoria popular. Así parece haber sido nuestra más indudable historia.

*Escritor y Colaborador Especial

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