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Centroamérica, la tierra de los adioses obligados

Migrantes de la primera caravana, que salió desde honduras y recorrió el territorio mexicano, comienzan a congregarse en la valla fronteriza de Tijuana en noviembre de 2018.

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Centroamérica no acaparaba titulares de prensa antes del año pasado. Esto cambió cuando entre octubre y noviembre 10.000 hondureños y salvadoreños partieron a pie desde sus países hacia Estados Unidos y –a veces ayudados por carros y trenes– recorrieron en un mes más de 4.000 kilómetros, el equivalente a atravesar Colombia del Amazonas a La Guajira y regresar.

Paralelo a este éxodo, en Nicaragua se desató en abril una crisis política por protestas contra el gobierno de Daniel Ortega que, según la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (Cidh), ha causado tan solo en los primeros 6 meses el desplazamiento de cerca de 52.000 personas hacia Costa Rica, su país vecino.

Se trata de dos fenómenos que, si bien no están directamente relacionados, ponen el foco en una región del mundo en la que sus habitantes no permanecen. Donde la violencia política o de pandillas, los estragos del cambio climático y la inequidad social gestan caravanas de migrantes cuya inmensidad termina por hacer sombra a las causas que las generan.

 

Un lugar en el mundo

Para los países de Centroamérica su posición geográfica parece ser una condena. La región es “una de las tres zonas más peligrosas del mundo (junto con el Sudeste Asiático y Bangladesh) debido a un régimen climático y una dinámica geológica que con frecuencia generan huracanes, lluvias intensas, sequías, terremotos y erupciones volcánicas”, según explica el informe Estado de la Región 2015.

Ante estos eventos, los más afectados son los países del llamado triángulo norte, compuesto por Guatemala, El Salvador y Honduras, los cuales concentran 9 de los 11 millones de personas golpeadas por catástrofes leves pero constantes entre 1990 y 2011, periodo en el que 47.830 viviendas de Centroamérica quedaron totalmente destruidas.

Como explica la profesora salvadoreña Ana Escoto, egresada del doctorado en estudios de población de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso), la desaparición literal del hogar o el asedio constante de inundaciones y deslizamientos, sumado a la ausencia de seguros para gran parte de la población es uno de los detonantes de la partida de cientos de miles de personas.

Pero no solo por el clima y los terremotos sufren estos países, también por la política. Durante la Guerra Fría la cercanía de Estados Unidos puso a Centroamérica en el área de influencia del capitalismo, el cual financió a las fuerzas militares en varios de los conflictos internos contra guerrillas comunistas en la región en las décadas del 70, 80 y 90.

Las guerras civiles generaron la salida de decenas de miles de personas (solo 500.000 en El Salvador, de acuerdo al historiador Andrew Bounds) y, como explica Escoto, “trasladaron hacia Estados Unidos un caudal migratorio que siempre partió de estos países”. A principios de siglo, por ejemplo, este se había dirigido hacia Panamá durante la construcción del canal.

Hay, pues, historia tras los desplazamientos actuales, vinculada, en primer lugar, al sueño americano cumplido una generación atrás. Según datos de la Encuesta Sobre Migración divulgados por el Observatorio de Migración de El Salvador, el 89 % de las personas de los países del triángulo norte que han partido hacia Estados Unidos en los últimos 5 años tienen familiares en ese país.

“No es gratuito que la gente quiera ir allí, hay vínculos, lazos afectivos y simbólicos”, afirma Escoto. Esa relación, además, genera una migración circular; es decir, que las causas de desplazamientos anteriores motivan los actuales.

La deportación masiva de migrantes durante los 90 dio origen a las Maras o pandillas, cuya presencia hace de El Salvador el segundo país con mayor tasa de homicidios del mundo –60 muertes por cada 100.000 habitantes– y de Honduras el cuarto, según datos del Instituto Igarapé.

Es una dinámica de violencia cuyas zonas de influencia coinciden con los municipios desde los que parten los migrantes, como se ve en el caso de El Salvador. Detrás de la capital, San Salvador, los departamentos que concentran deportaciones son San Miguel y Usultan, ambos en la zona oriental del país, territorio de mayor presencia de las pandillas.

 

Los que no van en caravana

Pero no todos eligen ir a Estados Unidos. La realidad de Honduras y El Salvador contrasta con la de los países ubicados abajo geográficamente: Nicaragua y Costa Rica. La migración desde el primero hacia el segundo “es una de las más grandes sur-sur de toda América Latina, solo superada por la haitiana hacia República Dominicana”, afirma Carlos Sandoval, profesor de la Universidad de Costa Rica.

Hay antecedentes de grandes desplazamientos a principios de los 90 por razones económicas y en 1998 por los destrozos del huracán Mitch. La razón del último éxodo, sin embargo, es política: la crisis institucional que desataron las protestas contra el gobierno de Daniel Ortega iniciadas en abril del año pasado.

Según datos de la Dirección General de Migración y Extranjería de Costa Rica, en mayo este país recibió 87 solicitudes de refugio desde Nicaragua. En junio, fueron 3.344 y el número siguió escalando, al punto de que en lo que va del año, la cifra supera las 20.000 solicitudes.

No obstante, según la directora general de migraciones, Raquel Vargas, “cerca del 80 % de las personas ya se encontraba en el territorio”, lo que da cuenta de una relación fronteriza flexible de tiempo atrás.

Es un caso similar al de Guatemala. Como explica Escoto, una de las razones de que las personas de este país nutran en muy baja medida las caravanas de migrantes, a pesar de compartir circunstancias históricas con los otros países del triángulo norte, es su relación porosa con México, en Chiapas, que les da una opción más cercana y viable de buscar nuevas oportunidades.

Además, como explica Víctor Peña, quien ha investigado el fenómeno de las Maras en Centroamérica, “el papel de los indígenas ha sido determinante para que las pandillas no ejerzan tanto control territorial como en El Salvador y Honduras”.

 

Nuevas formas de partir

El cambio en la manera de migrar, aunque tiene su mayor evidencia en la caravana actual, se viene gestando en la última década, en la que la concentración de los factores mencionados cambiaron los rostros de quienes se van de sus países.

Ya no son solo hombres cabeza de hogar. Según la Dirección General de Migración y Extranjería de El Salvador, mientras en 2012 el porcentaje de mujeres deportadas era de 11 %, para 2017 este aumentó a 21 % y para ese mismo año 6 de cada 10 migrantes no eran cabeza de hogar.

Como muestran las imágenes de las caravanas, Centroamérica está ante la partida de sus madres, de sus ancianos, de sus jóvenes e incluso de sus niños. “Antes había una migración masculina. Hoy hay un proceso de migración familiar que a partir de 2014 también ha involucrado a los niños que se desplazan solos”, señala Escoto.

Pero mientras las causas que motivan el desplazamiento se hacen más apremiantes, las posibilidades de que esos kilómetros recorridos signifiquen un cambio de vida se hacen más escasas. La mayoría de quienes logran llegar a Estados Unidos no pasan más de 3 meses antes de ser deportados, un 30 % no dura ni 15 días, cuando en 2011 alcanzaban a permanecer entre 1 y 5 años.

Estados Unidos, el destino soñado e idealizado cuya cercanía en parte ha dado pie a la inestabilidad de la región, es cada vez menos una garantía de futuro para quienes emprenden la huida desde sus países, expulsados por el clima, las balas o el hambre

 

El Colombiano

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