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50 años de la creación del cinturón que salva 11.000 vidas al año

Se cumplen 50 años de la creación del cinturón de seguridad.

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Era 1959 y las muertes causadas por choques a baja velocidad (35 kilómetros por hora) generaban preocupación en la industria de los automóviles. Si un maniquí quedaba hecho pedazos al colisionar contra un muro cuando un carro viaja a esa aceleración, ¿que le pasaría a un humano?

Con el fin de ocuparse de la seguridad en sus vehículos, la empresa sueca Volvo contrató al ingeniero Nils Bohlin, quien trabajaba para una línea aérea en el diseño de asientos de expulsión, un sistema diseñado para rescatar al piloto u otra tripulación de un aeronave. Anteriores versiones de protectores no evitaban que los ocupantes recibieran todo tipo de golpes contra el volante.

A este ingeniero mecánico suizo se le encargó la tarea de desarrollar un sistema de cinturones que cumpliera con varias condiciones: mantener a las personas dentro del auto en caso de accidente, evitarles daños en la cabeza, cara u órganos abdominales, y que fuera fácil de operar y liberar durante un rescate.

Un año después, Bohlin inventó los cinturones de seguridad de tres puntos, tal y como se conocen ahora. Y es que “manejar es una actividad de riesgo”, dijo a EL COLOMBIANO David Sweanor, profesor adjunto de derecho y presidente de la junta asesora del centro de derecho, política y ética en salud de la Universidad de Ottawa. “No obstante, no vamos a dejar de hacerlo”, contrapunteó.

En el país no fue sino hasta la resolución 19200 de 2002 y con la implementación del artículo 82 del Código Nacional de Tránsito Terrestre que se hizo obligatorio el uso del cinturón de seguridad para los pasajeros que viajen en la parte delantera del vehículo, en todas las vías del territorio nacional.

En este documento se obligó a las ensambladoras de automóviles y a los importadores a que implementaran cinturones de seguridad en las sillas traseras del vehículo en los modelos fabricados o introducidos a partir de 2004.

 

¿Funciona prohibir?

Los seres humanos tienen un centro de recompensa o centro de placer que se ubica en el núcleo accumbens y fue descubierta por Olds J. Milner en 1954. “Ese centro siempre busca obtener placer o hedonismo y es el responsable de buscar disminuir esfuerzos o dolor. En contraste con otras regiones del cerebro más racionales como la corteza prefrontal dorsolateral, esta ambigüedad producirá, en algunas ocasiones, que el individuo prefiera un placer a corto plazo que un beneficio a largo, por lo que algunas veces se hace necesario prohibir una serie de conductas”, dice Henry Castillo Parra, psicólogo de la Universidad San Buenaventura y especialista en neuromarketing.

Sin embargo, el ser humano es complejo e investigaciones en psicología hablan del “estallido de la extinción”, que parte de la teoría con el mismo nombre. De acuerdo con León Arango Barrientos, psicólogo clínico de la Universidad CES, “si hay conductas que generan algún tipo de cambio bioquímico, sobre todo neurotransmisores que excitan o deprimen el Sistema Nervioso Central, el cerebro tenderá a pedir más porque no está recibiendo lo que es común que obtenga”.

Por ello, depende de la actividad o conducta, prohibir simplemente podría no funcionar. Arango añade que “si se prohibe cualquier conducta que produzca satisfacción, el cerebro va a pedirla porque hay hábitos que crean secuencias, luego narrativas y finalmente realidades”.

Por esto en la década del ochenta del siglo pasado se desarrolló una serie de estrategias para reducir el riesgo en población adicta a las drogas, que luego permearon otras conductas humanas (ver Antecedentes). A veces, más que prohibir, porque no se va a dejar de hacer una acción, se requiere disminuir el riesgo. Algunos ejemplos.

 

Sin condón ni pío

El VIH sigue representando una amenaza seria en el mundo. En Antioquia el incremento se hace evidente en personas jóvenes (14 a 35 años) y de acuerdo con investigadores como Juan Carlos Cataño, médico residente de la Fundación Antioquia de Infectología, se debe a las relaciones sexuales sin protección: 9 de cada 10 personas diagnosticadas entre 2012 y 2014 no utilizaron preservativo.

El condón es una estrategia que ha reducido el riesgo de adquirir infecciones de transmisión sexual por décadas.

 

Calentadores de tabaco

Conocidos colectivamente como sistemas alternativos de liberación de nicotina (ANDS, por sus siglas en inglés), forman la base de la estrategia de salud pública de la “reducción del daño del tabaco” y tienen un factor en común: no involucran la quema de hojas de tabaco o la inhalación de humo que según algunos estudios patrocinados por la industria son los responsables del cáncer al fumar.

Konstantinos Farsalinos, investigador asociado al Onassis Cardiac Surgery Center en Atenas, y quien se llama independiente, expresa que los calentadores de tabaco reducen hasta en un 95 % el riesgo de cáncer y aunque la Organización Mundial de la Salud (OMS) no está de acuerdo, algunos estudios sugieren que es así. Todavía falta más investigación, al respecto, sobre todo por fuera de la industria.

 

Agujas limpias

Con el fin de prevenir la diseminación de enfermedades infecciosas graves como el VIH y la Hepatitis B entre la población que comparte jeringas para inyectarse drogas ilegales, países como Holanda, Suiza y Estados Unidos implementaron programas para que estas personas no compartan las agujas, bajando las incidencias de casos de infecciones. Esto señala una investigación publicada en la revista Contemporary Drug Problems en septiembre de 2013.

Es evidente que la mejor manera de reducir el riesgo de contraer o transmitir infecciones mortales como el VIH o la Hepatitis B mediante el uso de drogas inyectables es dejar de inyectarse drogas. No obstante, “un asunto es el problema de la adicción, pero otro el de salud pública”, dice María Cristina Navas, profesora de la Facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia y especialista en infectología.

Esta doctora cuenta que ya en el país se han implementado programas similares en “el eje cafetero, Bogotá y Cúcuta, donde van y les recogen las jeringas, concientizándolos de que no las pueden reutilizar”.

 

Estrategias recientes

Muchas estrategias para minimizar el riesgo para la salud comprenden un componente de cambio conductual, asegura la OMS en el documento Algunas estrategias para reducir los riesgos, publicado en 2002.

Y aclara que de manera general cabe diferenciar las intervenciones cuyo objeto es reducir los riesgos en el conjunto de la población y las dirigidas a los individuos que la componen.

Entre las primeras figuran la intervención del gobierno mediante medidas legislativas, incentivos fiscales o estímulos financieros; soluciones técnicas como la imposición del cinturón de seguridad en los carros o el suministro de agua potable, y las campañas de promoción sanitaria dirigidas al público general.

Entre las segundas cabe citar las estrategias destinadas a modificar el comportamiento individual en materia de salud. Muchas estrategias de reducción de riesgos comprenden un componente de cambio conductual. Incluso soluciones de tipo técnico como el abastecimiento de agua potable por tuberías no se traducirán en mejoras sanitarias a menos de que la población esté dispuesta a utilizar las nuevas fuentes.

En el documento aseguran que “los sociólogos sostienen que todo cambio de comportamiento requiere la comprensión previa del problema”, y anuncian que la manera de traducir esa comprensión en un comportamiento saludable depende de las preferencias o características del individuo, entre ellas su mayor o menor aversión a los riesgos para la salud y el valor asignado a una posible pérdida futura. Preferencias que se ven influidas por la información y por la publicidad.

Aunque estas intervenciones han sido controversiales dicen los autores de Harm reduction (The guilford press, 2012) –por las implicaciones morales que se asocian con proveer jeringas a adictos a la heroína, por ejemplo–, pocos enfoques muestran tanto potencial para mermar el daño asociado a comportamientos riesgosos particularmente entre la población marginada de la sociedad

El Colombiano

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