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Los secretos de Humberto de la Calle en la mesa de La Habana

Humberto de la Calle, jefe de la delegación del Gobierno en los diálogos de paz con las Farc en La Habana. 

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Luego de varios años de silencio Humberto de la Calle, jefe de la delegación del Gobierno en los diálogos con las Farc en La Habana, rompió la confidencialidad y relató en un libro los pormenores de esta difícil negociación. Hablamos con él sobre su nuevo libro Revelaciones al final de una guerra, la JEP, el Eln y lo que viene en su vida pública.

 

Usted se preguntó cuál era el sustento moral para entablar diálogos con una guerrilla considerada terrorista. ¿Cómo fueron esos debates internos? ¿Y por qué aceptó?

“Primero, hubo una reunión con Sergio Jaramillo que tenía como propósito explicarme el Marco Jurídico para la Paz. Me dijo que me iba a enviar un grupo de jóvenes para que me explicara. Yo al principio pensé que era cortesía. Me dijo que lo hacía porque yo era columnista de El Espectador. Luego el presidente me llamó para encontrarnos y pensé que era alguna cosa de tipo profesional. Yo estaba completamente por fuera de la vida pública y nunca me imaginé que venía la oferta de ser el jefe de la delegación de unas conversaciones que en ese momento estaban por salir a la luz. Acepté de inmediato porque me parecía que eran un compromiso muy grande con Colombia. Allí cuento las objeciones que le hice en relación con viejas disputas con las Farc. Algunas amenazas, incluso, que recibí en el pasado, pero el presidente reafirmó su decisión. Regresé de Palacio preocupado por lo que pensaría mi familia, pero lo que encontré fue un apoyo permanente para emprender la difícil tarea. Acepté sin vacilar, porque entendía que para Colombia era un camino menos doloroso que lo que habíamos vivido después de 8 millones de víctimas. Pero luego, hubo personajes que dijeron que no se podía hablar con terroristas y eso es una afirmación muy dura. Hice una reflexión y concluí, y sigo concluyendo, que la moral estaba del lado del diálogo y que lo inmoral era continuar la guerra y darle una espalda a una conversación que resultó exitosa”.

 

Usted hace en su libro unas muy buenas descripciones del equipo negociador. ¿Cómo eran cada uno de ellos?

“La personalidad de Sergio Jaramillo es más o menos un hecho conocido, es realmente difícil. Es un hombre extraordinariamente sustancial, conoce muy bien a Colombia, el territorio. Tiene un cerebro estratégico privilegiado, enorme información y su paso por el viceministerio de Defensa y por la oficina del Alto Comisionado contribuyó a ese conocimiento profundo y a esa psicología de adelantarse a los acontecimientos. Nunca tuvimos diferencias estratégicas, de fondo. Siempre hubo discusión en el seno de la comisión del Gobierno, que a mí finalmente me tocaba mediar. Colombia no sabe cómo pagarle a Sergio el esfuerzo que hizo y la sabiduría que mostró para ayudar a la búsqueda de una solución negociada. Le tengo también enorme respeto al general Mora. A veces hubo dificultades, pero él estaba en una situación mucho más difícil que todos nosotros, porque se entendía que era el representante de los militares. Nunca pidió impunidad para ellos pero si un trato justo. En eso fue un hombre honorable y de enorme franqueza, con él no hay riesgo de traición a la espalda. Dice lo que piensa con mucha verticalidad. Oscar Naranjo era otro personaje muy importante, primero por el conocimiento absolutamente profundo de la verdadera historia de Colombia, por su condición de miembro de la Policía y director de la misma. Pero además una forma muy serena de asumir los problemas y siempre buscando soluciones. Frank Pearl venía de la empresa privada, un hombre práctico y que miraba la perspectiva económica, algo que también hacía Luis Carlos Villegas, cuando llegó como presidente de la Andi. María Paulina Riveros era el polo a tierra, muy sensata. Y Nigeria Rentería introdujo la visión desde la minoría y la periferia. Gonzalo Restrepo igual un empresario antioqueño muy exitoso que tenía la mejor virtud de todas que es la del sentido común”.

 

Dice usted en el libro que las Farc trataban de dividirlos en la mesa con la canciller María Ángela Holguín y los generales Naranjo y Mora. Y que Iván Cepeda y Álvaro Leyva le llegaron a llevar el mensaje al presidente que con los militares sí se podía negociar y que con ustedes no. Además “Joaquín Gómez” llegó a mencionar una alianza farc-militares.

“La técnica, que además es obvia, en la negociación de las Farc era buscar la forma de dividirnos. Yo cuento que el general Mora nos entregó un manual estalinista de negociación que es el que usa las Farc, herencia de la guerra fría. Y uno de los propósitos era dividirnos. Entre los múltiples esfuerzos estuvo el del coqueteo permanente con los dos generales, con la tesis que los combatientes eran los que sabían de la guerra, que nosotros éramos unos civiles que vivíamos en Bogotá y no teníamos mayor experticia en la forma de solucionar un conflicto que ellos habían tenido que enfrentar. Deslizaban, lo que señala ‘Joaquín Gómez’, la tesis que el conflicto lo armaron las oligarquías y pusieron a los militares y policías a enfrentarnos. Había una invitación a una hermandad contra esa oligarquía. Los generales nunca cayeron en esa trampa. De la misma manera, que en algún momento en los temas de justicia le llevaron la idea al presidente que ni Sergio Jaramillo ni yo dejábamos que progresara un acuerdo y que había que hacer reemplazos. En el libro de María Jimena Duzán, ella sostiene que le pidieron al presidente que nos sacara de la delegación, eso no me consta pero ella lo narra”.

 

¿Cuantas veces le renunció a Santos y cómo fueron esos momentos?

“La primera vez fue un acto mío de responsabilidad. Porque después de la derrota del plebiscito, en un país donde nadie asume las consecuencias, me pareció que yo debía entender que habíamos fracasado. Que me correspondía a mí como jefe de la delegación hacerme a un lado. Finalmente, el presidente no la consideró y hubo voces diciendo que había que persistir, que no podíamos echar al tarro de la basura lo logrado. La otra vez fue cuando se presentó un cierto desorden en las conversaciones por la llegada de personas nuevas. No me molestaban porque era un derecho del presidente, pero lo que sí reclamé era que las actuaciones de quienes se incorporaron en el llamado “conclave” debían estar siempre regidas por el conocimiento del jefe de la delegación. A raíz de reacciones adversas a esa postura mía, que expresé con gran delicadeza, regresé a Bogotá y presenté mi renuncia que nuevamente el presidente no aceptó. Luego se estableció nuevamente el nivel institucional jerárquico en la mesa de conversaciones”.

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¿Cómo fue eso de que la guerrilla le hizo seguimiento a usted antes del proceso y qué tuvo que ver Luis Carlos Sarmiento Angulo en todo eso?

“En alguna operación militar el Ejército incautó un computador de Carlos Antonio Lozada y allí había amenazas a varias personas. Entre otras a Luis Carlos Sarmiento y también seguimientos a mí, bastante profesionales por cierto, en la ciudad de Bogotá. Estableciendo hasta las velocidades mínimas y máximas. El general Naranjo, en ese entonces, me dijo que no era un atentado porque ya se habría realizado, que era más bien para un secuestro. En aquel entonces la guerrilla estaba secuestrando personas conocidas para negociar la liberación de los presos políticos. La circunstancia murió ahí, nunca pasó nada más. Cuando Lozada se incorporó a la mesa, en algún momento informal le dije acuérdese de los seguimientos. Él lo negó pero la fuente originaria está consagrada en una documentación que proviene de un computador que fue incautado en una operación contra él”.

 

En las negociaciones cuenta usted que las Farc veían posible que se fabricaran “cargos ficticios”, posteriores a la firma del acuerdo, con actividades de narcotráfico. Y que estas operaciones podrían llegar a involucrar familiares como pasó en el caso Santrich y Márquez. ¿Qué piensa hoy de todo eso?

“Ellos tenían una enorme desconfianza y la fórmula que se logró fue esa. La de exigir que si habían cargos posteriores a la firma del acuerdo esa circunstancia debía ser verificada por la JEP. No la tradición previa que era simplemente con la información de las cortes norteamericanas proceder a la extradición. En efecto eso es lo que está pasando. Es imposible para mi saber si Santrich realmente se involucró en actividades delincuenciales. Lo que los colombianos tienen que tener claro es que si es así, en efecto, su tema pasa a la justicia ordinaria y el acuerdo dice con posibilidad de ser extraditado. Para las Farc no debe haber ninguna sorpresa”.

 

Dice que le quedó una duda sobre una posible interceptación por parte del Gobierno cubano. Le pregunto también qué pensó cuando se conocieron los casos de Andrómeda y el hacker.

“Sobre el primer punto reitero que no tengo certeza. Yo nunca pude detectar que hubiésemos sido interceptados. Pero hay unas conversaciones llamativas, por el uso de cierto lenguaje, que pudieran insinuar que había información que se estaba filtrando. Ahí en el libro narro las conversaciones a las que me refería en concreto. Sobre el tema de Andrómeda y el hacker no lo toco en el libro. Lo único es que sí se detectó que mi computador aquí en Bogotá fue interceptado. Pero establecer conexión con esos hechos no. La policía no logró hacerlo”.

 

Usted habla de una reunión con el procurador Ordoñez en la que se inclinó a apoyar el proceso de paz si había tratamiento especial con los militares. ¿Cómo fue eso y por qué cambió su posición?

“Lo que sostenía era que tenía que existir una solución tanto para la guerrilla como para los militares. A lo cual yo le repuse que sí. Que el Marco Jurídico para la Paz se refiere a eso y a todos los responsables. Me respondió que no. Que lo que quería decir es que tenía que haber: ‘que unos van con otros’. Lo que yo denominé el efecto trenza. Porque si no luego se caían las decisiones favorables a los militares y quedaban vigentes las decisiones en favor de la guerrilla. Esto tenía que ir amarrado bajo la sombrilla del fin del conflicto. Lo curioso fue que en efecto eso fue lo que se hizo. Al final, después del triunfo del No, el procurador lo que sostenía era que había que separar a los militares de la JEP. Un error porque termina generándoles mayor vulnerabilidad, como precisamente lo sostenía el mismo por allá en el 2012 cuando tuve ocasión de hablar con él”.

 

Cómo fue eso de que Márquez lo sacó de El Laguito y lo llevó a visitar a ‘Timochenko’ que había sufrido un infarto. ¿Luego de las negociaciones ha vuelto a hablar con ‘Timochenko’ y los otros líderes?

“Lo que ocurrió fue que él sufrió un infarto masivo. Me lo dijeron en el hospital los propios médicos y él quería simplemente notificarme de esa circunstancia. Además prolongar su estadía en La Habana por razones obvias de fuerza mayor. La manera como ocurrió la narró en el libro. Comenzando por la invitación de Márquez a salir del sitio donde estábamos alojados y con una gran incertidumbre mía, sin saber para dónde íbamos hasta cuando llegamos al hospital. Hoy en día, yo no he vuelto a hablar con ninguno de los jefes de las Farc. Mis conversaciones se suspendieron el día que el presidente declaró que había terminado nuestra tarea en diciembre de 2016. En algún momento tuve un encuentro casual con Pablo Catatumbo y Victoria (Sandino) hace algunos meses, pero no tengo interlocución con ellos”.

 

Usted fue parte de varios intentos de paz en su vida pública. ¿Por qué cree que este si dio resultado?

“Hubo un punto estratégico y fue haber logrado conseguir en la fase secreta una agenda que incluyera que la mesa de conversaciones no se convirtiera en una especie de Meca, a la que viajaba todo mundo a buscar solución a todos los problemas divinos y humanos. Nosotros logramos una concreción de la agenda y ese fue un cambio de estrategia importante. En segundo lugar hay que reconocer también una visión de las fuerzas de izquierda latinoamericanas y también nacionales, las cuales querían lograr una solución dialogada del conflicto que removiera el uso de la violencia. Un estigma y un obstáculo para visiones democráticas de izquierda, porque la violencia lo que terminaba era impidiendo que eso se lograra”.

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Y cuando gano el No el plebiscito. ¿Cómo fue ese momento en la Casa de Nariño?

“En el libro narro esa escena que fue muy dura. En el momento en que se confirma la derrota yo estaba en una biblioteca en la casa privada con el señor presidente. Allí llegaron los miembros de toda la delegación y por fortuna lo que se hizo fue reabrir la mesa. Yo llamé a Márquez y le dije: tenemos que reconocer esta realidad y reabrir la mesa para reincorporar los puntos que proponía el No”.

 

¿Cómo fue esa conversación entre Márquez y ‘Timochenko’ en la que querían romper el diálogo? Y otra reunión simultánea entre Santos y Uribe en Rionegro, donde pedían volver a negociar con los voceros del No.

“Las conversaciones entre el doctor Uribe y el presidente Santos fueron producto de las múltiples reuniones que tuvimos después del triunfo del No. Yo personalmente estuve largas horas hablando y mis compañeros también con el doctor Uribe. En medio de algo muy constructivo y muy civilizado. Tuvimos diferencias y momentos de acuerdo. El 98% de las inquietudes del No se vincularon al acuerdo. Y alguno de los puntos fue que en Rionegro se encontraran el presidente que iba a estar allí y Uribe, que estaba alojado ahí en las cercanías. La idea de esa reunión era que no cerráramos el acuerdo y regresáramos una vez más para ajustarlo. En aquel momento yo alcancé a oír, sin proponérmelo, una conversación en la que Márquez empieza a preparar con ‘Timochenko’ la idea de romper. Porque el tema de participación política era crucial para ellos. Es lo que le transmito yo al presidente Santos y le digo ‘mire yo creo que es mejor cerrar este acuerdo, porque puede tener consecuencias muy graves”.

 

Usted habla en su libro de como las noticias falsas influyeron en el plebiscito, además de varios ataques contra usted, la delegación y su familia…

“Es evidente que las noticias falsas siguen teniendo presencia en las redes. Ya que usted lo menciona mis hijos han tenido un éxito profesional, pero yo no derivo ningún ingreso de ese éxito. Ahí es donde está el truco de hacer creer que yo me lucro de la actividad de mis hijos. Ellos han tenido una actividad profesional absolutamente limpia. Hablar de corrupción es realmente calumnioso y falso. Y luego, una fotografía mía con Iván Márquez y Alfonso Cano en la época que yo era ministro de Gobierno en Caracas, cuando oficialmente estábamos instalando una mesa de conversaciones y la hacen parecer supuestamente en 1985 en un restaurante en Bogotá para decir que yo era amigo íntimo de esos señores. Por fortuna la sociedad colombiana ha entendido que el odio es muy grande y siempre hay una tarea de desprestigio permanente. Lo otro es que hay una vinculación de un hijo mío a un bufete de primera línea europeo que se llama Garrigues. Es esa firma desde Madrid la que asesora al Metro de Bogotá en materia financiera. Si eso existiera en cabeza de mi hijo no sería ningún pecado, sería simplemente un trabajo profesional. Yo vivo orgulloso que mis hijos han tenido éxito y no tengo por qué ocultarlo”.

 

¿Qué piensa sobre lo que está sucediendo con la JEP, la reforma rural y los guerrilleros que están abandonando zonas? ¿Hay una indisposición del Gobierno a cumplir el Acuerdo?

“Yo pienso que hay preocupaciones serias, incluso de parte de y parte. Pero en primer lugar, tenemos que tener claro los conceptos. Lo que logramos en La Habana fue el fin del conflicto con las Farc. Algo que ocurrió, tuvo lugar, implicó dejación de armas y la creación de un partido político. Desde La Habana lo advertimos, el riesgo de disidentes es normal dentro de este tipo de acuerdos y en Colombia más, porque aquí hay narcotráfico que es atractivo para muchas personas y la presencia de otros grupos armados como el Eln y las bandas criminales. Al mismo tiempo, tengo que afirmar que la propuesta de modificar los acuerdos fomenta esas disidencias. A mí me parece muy preocupante que la dirección política genere incertidumbres que necesariamente van en contravía de la consolidación del acuerdo. Reitero que el Acuerdo es del fin del conflicto, pero que la paz nos corresponde aclimatarla a todos.

En segundo lugar es reprochable que el señor Márquez no haya aparecido y “el Paisa”. Pero al mismo tiempo hay unos razonamientos válidos, porque hay temas que no se han cumplido a fondo por parte del Estado. Yo veo el tema de la reforma rural integral con una gran debilidad en la clase política. No estoy detectando que haya una verdadera voluntad para hacer una reforma genuina. La reforma política es bastante tímida. El Gobierno ha dicho que en la segunda ronda de aprobación la mejorará. Confiemos que eso ocurra. Respecto a la JEP, aquí lo que se ha generado es una animadversión, un propósito de desprestigiarla y unas dificultades enormes a las cuales se suma lo de la Ley Estatutaria. En mi opinión hay una situación muy volátil. El presidente ha manejado un lenguaje cuidadoso. El doctor Archila ha dicho cosas muy sensatas, pero hay otros síntomas que muestran dificultades como esta nueva tesis, que resurge del pasado, según la cual en Colombia no hubo conflicto armado, lo cual tiene consecuencias muy serias y particularmente muy negativas para los militares”.

 

Usted en su epílogo dice que la verdadera paz está en el seno de la sociedad y que usted va a continuar la marcha. ¿Qué cree que vaya a pasar con el Eln? y ¿qué viene para De la Calle?

“Yo estoy retirado de la política electoral, de alguna manera por eso los calumniadores pierden su tiempo. Pero si pienso seguir defendiendo mis ideas. Por otra parte, me parece que con el Eln hay una dificultad enorme, siempre la ha habido. Puede ser el grupo guerrillero con el que más ha hablado el Estado colombiano durante muchos gobiernos. Creo que el presidente Duque tiene razón en exigir la liberación de los secuestrados. Así ocurrió con las Farc. Pero me parece, sin embargo, que exigir una especie de cese el fuego unilateral previo a las conversaciones puede dificultarlas enormemente. Veo que es muy difícil en este momento hablar de diálogo. El presidente Duque ha reaccionado con razón. Tenemos una comunidad colombiana absolutamente herida por la acción salvaje del Eln y tenemos que apoyar al presidente en eso. Pero habrá que dejar alguna luz de esperanza, una pequeña rendija porque la capacidad del terrorismo es muy difícil de controlar y nosotros deberíamos ser capaces de encontrar una paz completa”.

El Colombiano

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