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La ‘olla’ a cielo abierto en Cúcuta que ninguna autoridad quiere ver

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Apenas son las 9:00 de la mañana y el ajetreo diario por el puente Jorge Gaitán Durán comienza a hacer de las suyas. Carros van y vienen, los peatones caminan afanosamente por los extremos del elevado y el sol que se posiciona en el cielo cucuteño amenaza con que el calor será bien sofocante.

En medio de ese estrés cotidiano, por un costado del patinadero Enrique Lara Hernández, que está en uno de los extremos de El Malecón, aparece José*, un joven que no sobrepasa los 20 años, pero que por su descuidada apariencia física pareciera tener mucha más edad.

Viene caminando afanosamente y al llegar al sendero peatonal del Gaitán Durán acelera a un más su paso, como si alguien lo estuviera persiguiendo; sin embargo, lo único que quiere es llegar rápidamente hasta el otro extremo del puente, que está diagonal a la glorieta Los Panches. Por eso, se mete entre las personas que también se mueven por allí, sin importarle chocar contra uno y otro peatón.

Una vez llega a la punta de la estructura de concreto que pasa sobre el río Pamplonita, se detiene y apoyándose en las barandas metálicas de color amarillo, mira hacia abajo y suelta un chiflido; de inmediato, de debajo del puente sale una mujer con apariencia de habitante de calle. Lleva puesto un vestido negro, gorra naranja con flores blancas y unas sandalias.

La mujer levanta su cabeza y mira a José*, como diciéndole ‘qué quiere’, el joven saca un billete de $5.000, lo dobla y se lo tira. Ella, sin musitar palabra, entiende qué es lo que busca. De la forma más natural, recoge el dinero, vuelve a meterse debajo del elevado y 15 segundos después se asoma y le lanza una bolsa plástica trasparente, que cae sobre el sendero peatonal.

José* se agacha rápidamente, recoge el paquete y se devuelve afanosamente hacia El Malecón. Sin importarle que a solo 100 metros está el CAI Arnulfo Briceño, sigue su camino. Cuando ya ha avanzado más de 500 metros, abre el paquete y encuentra una pequeña bolsa cuadrada llena de un polvo viscoso y cuyo olor a químico es muy penetrante. Se trata de una dosis de bazuco.

Este joven, al que la droga tiene sumergido en un mundo tenebroso que le llevó a perder a su familia y amigos de infancia, y hoy vive en la calle, acude tres o cuatro veces al día al mismo punto donde por $5.000 le venden su dosis, la cual lo mantiene alejado del mundo real. Gracias a la venta de reciclaje o de la limosna que recibe de muchas personas, logra comprar su vicio.

El descaro de la ‘olla’

Así como José*, más de un centenar de personas acude diariamente a ese punto del puente Jorge Gaitán Durán, donde se mueve un millonario negocio. Allí venden drogas las 24 horas del día y de frente, sin importar que a 100 metros esté un CAI o que a 20 metros haya una cámara de seguridad que es monitoreada por el Centro Automático de Despacho (CAD) de la Policía Metropolitana (Mecuc).

El colmo del descaro es que a los jíbaros tampoco les importa que pasen constantemente patrullas o que la Policía monte un puesto de control ahí cerca. La ‘olla’ a cielo abierto funciona sin ningún contratiempo. Lo único que frena la venta de alucinógenos es que el encargado de surtirles no llegue a tiempo, pero eso sucede muy pocas veces.

Hace un año, Q’hubo mostró cómo operaba este expendio de drogas que lleva más de 20 años funcionando y ha pasado por manos de diferentes narcos; sin embargo, tal parece que a ninguna autoridad le interesa acabarlo, pues aún sigue funcionando, ahora de forma más descarada que antes.

Esta ‘olla’ es tan rentable que diferentes estructuras de microtraficantes se pelean su control. Se conoció que el actual ‘patrón’ de este punto es alguien que se identifica como Águila o Popis, y pertenecería a la red de Ñuñú. Quienes se encargan de la entrega de la droga son dos mujeres y un hombre que se la pasan 24 horas al día debajo del Gaitán Durán. El encargado de traer el narcótico y recoger el dinero sería un venezolano que a cualquier hora de la mañana o de la noche llega en una moto por una trocha que pasa por allí.

Lo que allí se vive nadie se lo alcanza a imaginar. Los drogadictos, entre los que hay recicladores, habitantes de calle y limpiavidrios, arriban apresuradamente, permanecen varios minutos y luego salen caminando como ‘zombis’. Todo se mueve sistemáticamente. Este expendio surte a San Luis, Alto Pamplonita y Torcoroma.

Algunas personas de San Luis, que residen cerca a ese lugar, señalaron que el sector es peligroso, pues se presentan robos a toda hora y a veces los drogadictos se pelean por el reparto de la droga. Además, tras adquirir el vicio, se quedan consumiéndolo cerca, a la vista de todas las personas que por allí transitan, incluidos niños.

La ‘olla’ tiene su historia

Q’hubo pudo establecer que esa ‘olla’ funciona desde hace más de 20 años y las ganancias que deja son millonarias. Fabián Alberto Morantes Torres, más conocido como ‘El Negro Fabián’, quien hoy está en la cárcel pagando una condena por haber cometido medio centenar de homicidios, fue uno de sus fundadores.

El hombre contó en una entrevista para La Opinión que trabajó para Luis Enrique Pérez Mogollón, alias ‘El Pulpo’, y que su papá fue el fundador de esa ‘olla’.

En la misma entrevista, otorgada en febrero de 2016, indicó que, “a mí me daba la droga ‘El Pulpo’. La recogíamos en Puerto Santander. Luego ‘Concho’ (después de la muerte de ‘El Pulpo’, en abril de 2012) se quedó con eso. A mí la ‘olla’ del río me sigue dando para sobrevivir, para pagar las cuentas aquí los domingos, para comer en el ‘caspete’ (la tienda de la cárcel) y vestir bien”.

Jaime Rogelio López Giraldo, conocido como el ‘Rey de la heroína’, el ‘Patrón de San Luis’, o ‘Rogelio’, también fue amo y señor de ese lugar. Entre 2008 y 2010, según las autoridades, esta persona dominó el microtráfico allí. Pero cuando lo capturaron, llegó un nuevo jefe.

Poco a poco han llegado otros microtraficantes que son apoyados por bandas criminales, para apoderarse del negocio, como sucede hoy. En los últimos cinco años se han registrado muertes por el control de esa ‘olla’. Una de esas peleas, según las autoridades, fue entre el ‘Negro Espitia’ y ‘Ñuñú’, pues el primero ya tenía el dominio y el segundo se lo quería arrebatar a como diera lugar, por eso llegaron a enfrentarse a plomo.

“Cuando asesinaron al ‘Negro Espitia’, alias ‘Ñuñú’ tomó el control de esa venta y de los barrios aledaños y hasta hoy no lo ha soltado”, señaló una fuente judicial.

CÚCUTA (La Opinión).

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