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De ciudades, literatura y cine

POR:
GONZALO
RESTREPO
SÁNCHEZ

Muchas veces y a muchas personas nos ha ocurrido que tras la lectura de un buen libro o el observar una buena película, nos ha quedado en nuestra mente —entre muchas otras cosas, por supuesto— la locación donde  se desarrolló la trama. Es más, es tal el impacto, que comenzamos a cavilar las opciones de visitarla en algún momento de nuestras vidas.

En lo particular me pasa muy a menudo. En este orden de ideas, recuerdo por ejemplo “Asesinato en la catedral” de T.S. Eliot. El escritor compone una tragedia que revivió el teatro en verso —después de estar en el olvido de durante trescientos años—. La idea es bien sencilla: el Arzobispo de Canterbury, Thomas Becket es asesinado frente al altar de la Catedral de Canterbury por sujetos enviados por el rey Enrique II, quienes después de haber sido profundos amigos, terminaron siendo insondables enemigos.

Si bien Becket es un aristócrata y compañero del Rey en sus incursiones nocturnas a los burdeles, el caprichoso Enrique II, a la muerte del Arzobispo de Canterbury (con el que se hallaba siempre en problema, al oponerse a que los bienes de Iglesia fueran utilizados para apoyar las campañas militares del Rey en su lucha contra Francia), nombra a Thomas para ese cargo, muy a pesar de que este último evidentemente no podía servir a la vez a Dios y al Rey.

 “Asesinato en la catedral”  es pues una obra maestra que nos brinda la oportunidad de estar frente a un suceso que si bien es una alegoría a la dignidad de la persona, también el escritor y poeta señala sin rodeo alguno, la libertad de conciencia frente al poder político. Quedé tan fascinado con el libro, que me propuse a mí mismo algún día visitar Canterbury (Condado de Kent) en Inglaterra.

Pero resulta que más adelante (de pronto en un cineclub) me tropecé con la película de Peter Glenville, “Becket” (1964) de más de dos hora de duración. El rey Enrique II es Peter O’Toole y Thomas Becket (Richard Burton). Esta cinta que tuvo 12 nominaciones a los Oscars —solo ganó uno, el de guión—, Burton le toma la medida al personaje (O’Toole no se queda atrás con Enrique II) y nos trae un personaje absolutamente creíble para todos los espectadores.

Recordemos que este hecho está basado en un acontecimiento verídico: Thomas Becket es asesinado en 1170 por orden del rey al no querer doblegarse a las Constituciones de Clarendon y, si bien Eliot lo cuenta con un aire de grandeza y dignidad con escenas de ritmo pausado, al mismo tiempo revelan una gran tensión y solemnidad aproximándose al fatal desenlace.

La acción dramática tiene lugar en Inglaterra y en Normandía y otras localidades francesas. Como pueden ver la agenda de viaje estaba bastante prolífica.

De todas formas, los decorados, el vestuario, las localizaciones como el Castillo de Alnwick y especialmente la Catedral de Canterbury (mostrada con sumo cuidado en el filme), es de lo más sobresaliente no solo del filme sino de la vida real.

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