HOY DIARIO DEL MAGDALENA
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Las demandas que arrastra AngloGold, la minera en Jericó

Por Juan Manuel Flórez Arias

Una roca abierta puede ser más que una herida en la tierra. Cuando la piedra se fragmenta durante la actividad minera, explica Fredy Rodríguez, neumólogo del hospital San Vicente Fundación, libera al aire cientos de miles de partículas que, sin la protección necesaria, se vuelven como cuchillas que cortan los pulmones desde adentro con cada inhalación.

Allí donde hay una herida, el cuerpo comienza un proceso automático de recuperación. Crea un tejido de remplazo, más grueso y menos sensible, como un parche que tapa una fisura. Una década bajo tierra para un minero expuesto al polvo puede hacer que estos parches se acumulen y que sus pulmones, lentamente, se destruyan dentro de su propio cuerpo, hasta ser reemplazados por sustitutos incapaces de ayudarlo a respirar.

La enfermedad se conoce como silicosis, o “pulmón del minero”, y fue la causa principal de la demanda de los exempleados de seis compañías mineras en Sudáfrica –AngloGold Ashanti, African Rainbowl Minerals, Anglo American, Gold Fields, Harmony y Sinbaye Stillwater–, que el pasado 26 de julio concluyó con el primer acuerdo de ese país en el que las compañías se comprometieron acompensar a unos 100.000 afectados por sus años de trabajo en las minas.

El precedente de la demanda involucra a la multinacional sudafricana AngloGold Ashanti, compañía que tramita en Colombia un proyecto minero que genera división: la mina de cobre Quebradona, en Jericó, la cual busca explotar bajo tierra cobre, oro y otros minerales en 417 hectáreas de la zona rural de este municipio, en medio de las inquietudes sobre los impactos ambientales y de salud.

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Sí hay medidas: minera

Consultada por EL COLOMBIANO, AngloGold en Colombia aseguró que en el Estudio de Impacto Ambiental que preparan para presentar ante la Autoridad Nacional de Licencias Ambientales (Anla) este año detallarán “todas las medidas de manejo y control” para evitar los casos de silicosis y otras enfermedades laborales.

La vocería en Sudáfrica, por su parte, agregó que “siempre hemos tomado medidas razonables para garantizar que la silicosis no se contraiga en ninguna de nuestras minas” –entre ellas nebulizadores de agua en fuentes de polvo y monitoreo en tiempo real del ambiente bajo tierra– e hizo énfasis en que el acuerdo con los demandantes “se celebró sin ningún tipo de admisión de responsabilidad”.

No hay, en efecto, condenas contra la compañía. Lo que sí hay es un pasado. 63 millones de dólares destinados a la atención de los mineros enfermos –según los datos de AngloGold– y una acusación compartida en la que, de acuerdo con la sentencia de 2016 del Tribunal Superior de Gauteng del Sur, Johanesburgo, los mineros evidencian “con notable consistencia” que las mineras sudafricanas los “despojaron de su dignidad y comprometieron concomitantemente la salud y seguridad con tal intensidad y ferocidad que fueron deshumanizados”.

Es una historia que, según dijo a ELCOLOMBIANO uno de los abogados de las víctimas en Sudáfrica, Georg IB Kahn, “está incompleta sin una mención de la era del Apartheid”. El sistema de exclusión racial que funcionó en Sudáfrica entre 1947 y 1994, afirma, “no podría haberse mantenido tanto tiempo como lo hizo sin las minas, y las minas no habrían sido tan rentables si no hubiera sido por las leyes y políticas discriminatorias”.

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Un mundo ocre

Durante el Apartheid, el único asentamiento que les era permitido a los trabajadores negros era bajo tierra. Las políticas laborales de la minoría blanca en el poder imponían leyes de movilidad, diseñadas para mantener a los negros en constante movimiento, evitar que formaran centros urbanos y emplearlos en minas por lapsos cortos*.

Así fue reclutado, en 1973, el señor Bangumzi Bennet. Tenía 20 años, siete hermanos y apenas había salido de la aldea de Pikoli, al sur del país, cuando subió junto a otros futuros mineros a un tren de vapor. Un par de días después, llegó a la ciudad de Orkney, en un albergue de la minera Vaal Reefs (anterior nombre de AngloGold) en el que los dormitorios estaban divididos por etnias.

Compartía la habitación con otros 15 mineros de la comunidad Xhosa. El mobiliario consistía en una pequeña estufa de carbón y 16 camas de cemento que, a primera vista, le parecieron lápidas.

Según la declaración jurada del señor Bangumzi ante el Tribunal de Johanesburgo, durante el entrenamiento de los primeros días los administradores blancos de la mina Vaal Reefs le hablaron de resistencia al calor, de pedalear desnudo durante 4 horas para acostumbrar su cuerpo a las profundidades, de las medidas para prevenir la caída de rocas. Nunca de polvo.

No lo mencionaban, pero estaba ahí, era todo lo que podía ver durante casi toda su jornada. El señor Bangumzi vivía en un mundo color ocre, con pequeñas partículas que lo seguían todos los días desde su salida del albergue a las 3 am hasta el socavón y de vuelta; que estaban en la comida, en su ropa, en las sábanas de su cama y hasta en la máscara de protección que le dieron en la minera, que “se volvió tan polvorienta que ya no podía usarla, ya que era imposible respirar a través de ella”.

El polvo estaba ahí, sobre todo, después de las voladuras en la mina. El protocolo establecía que los mineros se trasladaran a una cámara cerrada. Luego, los mineros salían por turnos: primero los negros, quienes se encargaban de rociar con agua el área para calmar el polvo, y luego los blancos.

Un día de 1991, el señor Bangumzi comenzó a toser. Insistentemente. Aún no cumplía los 40 años, fue diagnosticado con silicosis y tuberculosis, y despedido de la minera Vaal Reefs. Siguió trabajando una década más en las minas.

En 2004 recibió una carta de la Oficina Médica de enfermedades profesionales: le informaba que sus enfermedades habían escalado hasta grado 2 y que, a partir de entonces, estaba fuera del mercado laboral: viviría con un subsidio equivalente a 270.000 pesos colombianos para mantener a su esposa y a sus cuatro hijos.

En Sudáfrica, afirma Kahn, los trabajadores fueron como piezas reemplazables en las minas: “Los hijos sustituían a los padres en los socavones y las hijas dejaban la escuela o el trabajo para cuidar a padres moribundos”.

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Tapar una fisura

El proceso legal de los mineros tardó 15 años, desde 2004 con el primer caso de prueba, en 2012 con la presentación de la demanda colectiva, hasta 2019 con la aprobación del acuerdo de liquidación. De alguna forma, fue como reunir una serie de piezas dispersas.

La primera eran los propios mineros, que cuando no pudieron seguir trabajando por la enfermedad, y abolido el sistema del Apartheid desde 1994 con la llegada al poder de Nelson Mandela, “regresaron a las antiguas tierras de origen para morir con sus familias, lejos de las minas que los enfermaron”, afirma Kahn.

El rastreo emprendido por los abogados en décadas de historia de minería en Sudáfrica, con estructuras corporativas que se fusionaron, cambiaron de nombre o de dueño, tenía una dificultad extra: la propia silicosis, cuyos síntomas suelen manifestarse hasta una década después, explica Héctor Ortega, neumólogo y profesor de la Universidad de Antioquia.

Para cuando un minero descubría que estaba enfermo, probablemente había regresado a su ciudad o trabajaba para otra empresa, por lo que, según se lee en la sentencia de 2016 del Tribunal de Johanesburgo, las compañías mineras argumentaron que no podía establecerse una demanda colectiva por el daño sufrido por mineros particulares, ante la dificultad de establecer una causalidad entre su condición y las condiciones que lo llevaron a enfermarse.

Su argumento fue desestimado por la Corte, que permitió la demanda colectiva en 2016, pero esto solo abrió el escenario de una disputa legal que, según Khan, podría extenderse por otra década hasta llegar a un resultado. Los mineros demandantes, sin embargo, no tenían tanto tiempo.

Según Charles Abrahams, otro de los abogados que presentaron la causa por silicosis, 4 % de los representados mueren cada año por las secuelas de sus enfermedades. Una victoria definitiva, incluso si representaba una indemnización más alta, dejó de ser una opción para los demandantes, que se enfocaron en que los mineros “vivieran lo suficiente para ver su victoria”.

El resultado fue un acuerdo histórico, sin declaratorias de culpables, que para Khan, “es un símbolo de que las empresas mineras quieren corregir las cosas”.

Una vez adquirida, la silicosis es incurable. Por eso, las medidas de prevención y de seguimiento de salud para los trabajadores –que el proyecto Quebradona tendrá que detallar en su estudio ante la Anla– deberán ser la garantía para evitar que los proyectos mineros de AngloGold a este lado del Atlántico repitan una historia de enfermedades irreversibles, demandas, y acuerdos legales que se ponen como parches sobre una fisura.

*Dato del artículo “Migración, precariedad y nuevos movimientos sociales en el post-apartheid en Sudáfrica”, revista Migración y Desarrollo, 2015.

El Colombiano

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