HOY DIARIO DEL MAGDALENA
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¿Qué tan corrupta es América Latina? Esto dicen los datos

La medición de la corrupción es, en principio, una contradicción. El desvío de recursos públicos para intereses privados se basa, precisamente, en ser una actividad oculta, fuera de los registros o las estadísticas, tan difícil de cuantificar como, por ejemplo, las utilidades del narcotráfico.

Ante la ausencia de cifras, una opción para calcular el alcance de esta práctica en las sociedades es la percepción ciudadana, que según el más reciente Barómetro Global de la Corrupción, realizado por la ONG Transparencia Internacional, que se conoció ayer, pone a América Latina como una región en la que más de la mitad de sus ciudadanos sienten que la corrupción está aumentando. Es más, el 53 % de los latinoamericanos consideran que en los últimos doce meses creció.

La desazón es más pronunciada en países como Venezuela, El Salvador, Guatemala, Panamá, Perú y Colombia, donde más del 90 % de las personas no confía en la honestidad de las instituciones de sus países, lo que, a la larga, de acuerdo con expertos como Cristian Rojas, director de Ciencias Políticas de la U. de la Sabana, conduce al desencanto con la democracia misma.

 

Un engranaje del sistema

De acuerdo con Mario Torrico, investigador de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales en México (Flacso), la percepción “es la más imperfecta de las formas de medir la corrupción”.

En México, por ejemplo, el Barómetro señala una disminución de 17 puntos en los ciudadanos que sienten que esta práctica ilegal está aumentando, pasando de 61 % de los encuestados en 2017 a 44 % en 2019.

Esta mejora, que podría atribuirse al primer año de gestión del presidente Andrés Manuel López Obrador (Amlo), contrasta, sin embargo, con indicadores más puntuales como el de la compra de votos: 50 % de los mexicanos afirman haber recibido ofertas de dinero por su voto, el mayor porcentaje de los 18 países incluidos en el estudio.

Para Torrico, “la percepción de la corrupción está influenciada en buena medida por la imagen de los gobernantes de turno”. Por lo tanto, Amlo estaría pasando por un momento de popularidad similar al que experimentaron Rafael Correa en Ecuador; Hugo Chávez en Venezuela y Evo Morales en Bolivia al inicio de sus gobiernos; un cambio de ánimo en la población que se refleja en indicadores de corrupción más bajos.

De acuerdo con Miguel Gomis, profesor de relaciones internacionales de la U. Javeriana, más que la sensación de ilegitimidad generalizada en los sistemas de la región, cabe preguntarse en qué etapa está cada país para responder ante ello. Así, el experto destaca que países como Perú y Brasil, pese a estar entre los que más registran aumento de la corrupción, “han tenido una progresión clara en la que la ciudadanía tolera cada vez menos estas prácticas”.

En Colombia (ver infografía), Gomis agrega que hay “una gran narrativa anticorrupción, pero las acciones en términos institucionales están más movidas por coyunturas, como cumplir los requisitos para entrar a la Ocde, que por la voluntad política”.

De fondo, señala Torrico, hay un aspecto que suele pasar desapercibido: en muchos sistemas latinoamericanos, más que un obstáculo para el funcionamiento del Estado, la corrupción y los favores políticos son los que llevan a ejecutar políticas públicas ante la fragilidad de las instituciones. Hablar de corrupción, concluye, es referirse a ese engranaje enquistado en el corazón del sistema que hay que retirar.

 

El Colombiano.

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