HOY DIARIO DEL MAGDALENA
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Disparates alrededor del Nobel

El catedralicio ego que tengo me ordena recordar que hace 37 años, el 8 de diciembre, acompañé a García Márquez a recibir su Nobel de Literatura a Estocolmo. Ni cuenta se dio. Por primera vez este aplastateclas asentaba sus prosaicos tobillos en la vieja Europa.

El avión en el que llegamos arriando first class hizo escala en el aeropuerto De Gaulle, de París.  Una voz femenil dijo de pronto: El señor Domínguez es solicitado en la escalerilla del avión.

Mis compañeros de gallinero gritaron: “Se le cayó la perica”.  Noticia falsa. Era mi hermana menor, la Pimimiña, que superó todos los anillos de seguridad del aeropuerto hasta llegar al avión para decirme que me esperaba en su apartamento al regreso de Estocolmo.

De  vuelta, acepté la invitación y le entregué los buñuelos con natilla que le había enviado nuestra madre.

No clasifiqué entre los 12 amigos del riñón del Nobel que escogió el maestro Guillermo Angulo para que acompañaran al fabulista en la gélida capital sueca donde descubrí cosas que me impresionaron más que el premio: la nieve, que me encantó tanto como el hielo al coronel Aureliano Buendía, noches largas y días breves, el viejo metro de Estocolmo y las hiperbóreas suecas, bellas e inaccesibles.

A pesar del sexapil latino con el que pensábamos internacionalizar nuestra libido, ningún barón llegado de Macondo bajó bandera sexualmente hablando. Les provocamos desdén y risas a las valkirias; ni siquiera un miserable  pecado venial.

El presidente Betancur le había sugerido a García Márquez que escogiera a sus 12 mejores amigos para que lo acompañaran en su soledad  nórdica. Nadie supo el porqué de la invitación a doce personas: si por los doce apóstoles, Los doce cuentos peregrinos, los doce profetas menores o Los doce del patíbulo.

El Nobel le endosó el chicharrón de la selección  a su viejo camarada Angulo, con este argumento: “Escojo 12 amigos y me quedarán odiando todos, desde el décimo tercero en adelante. Que los escoja el maestro Angulo que tiene el cuero duro”.

A don Gabo los trajes de etiqueta le parecían “pavosos” — venezolanismo que quiere decir que traen mala suerte—, porque recuerdan cómo se visten los gerentes de pompas fúnebres.

Entonces les preguntó a los suecos si había alguna alternativa a la rigurosa etiqueta, y le contestaron que se podían usar “trajes típicos del país”.  Gabo inventó que en la Costa Caribe se usaba un traje típico llamado “cotoneta” (que nadie ha visto) y así fue como recibió el premio vestido con un traje típico, pero de Venezuela, llamado liquiliqui.

Anota Guillermo Angulo, en un artículo sobre García Márquez y la pava, que también el oro (no representado en billetes verdes) según Gabo traía mala suerte. La mejor de sus suertes fue cuando recibió una moneda con la efigie de don Alfred Nobel, ¡en oro!

*Periodista

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