HOY DIARIO DEL MAGDALENA
Líder en la región

De recoger con cuchara

Quedamos sumidos en un extraño mundo de Subuso, sin norte, sur, oriente ni occidente después de que Paraguay nos mandó a las duchas con su victoria.

¿Cómo así que un equipito de un país que no tiene mares en los dos océanos, que no puede chicanear con dos premios Nobel, que tiene las guerrillas más arcaicas del mundo, incluida una que se divierte contaminando las aguas que toman miles de personas, que no tiene mujer casada con jugador del Barcelona, que tiene miles de corruptos menos en la cárcel y en la casa, que no tiene expresidente  de las altas cortes luciendo el traje a rayas de los presidiarios, que no tiene decenas de candidatos presidenciales disputándose el derecho a repartir la mermelada, nos embolató la clasificación al mundial?

Quedamos pagando escondederos a peso. Tocó ir a Lima, una ciudad de cielo plomizo, parecido al de Londres, a recoger las migajas de puntos que nos hacen falta para que no se pierdan las clases de ruso que están recibiendo el técnico Pékerman y sus carilargos muchachos.

Clasificaremos al mundial si Argentina no sé qué, si Uruguay no sé cuántas, si Chile por aquí, si Paraguay por allá, si Trump tal cosa, si los catalanes tal otra. O sea, no hay que perder la  esperanza y mucho menos el partido contra la banda del mechudo y narigudo Gareca. Perú resucitó de entre los muertos y ahora nos puede poner a ver el mundial por televisión… sin el arte de los nuestros en las gramillas de la patria del proletariado.

Nos ayuda que tenemos más santos que los peruanos. Ellos tienen a Santa Rosa de Lima pero a nosotros nos asiste la madre Laura que pocón de fútbol, pero bueno, los santos son los santos y cuando les toca trabajar por causas que no son las suyas pues bienvenidas.

Aquí levantamos un cenicero y encontramos una docena de poetas y de candidatos al santoral. Ellos tienen su Nobel, Vargas Llosa, quien dejó colgada de la brocha a su mujer de toda la vida para  fugarse con una otoñal tía Julia. Vargas, celoso, le pegó tremendo jab de derecha a nuestro Nobel colombiano por un aparente lío de faldas. Los once de la selección tiene la mejor ocasión de vengar el ojo colombino a Gabo y dejar a los incas con los crespos  hechos. Muchachos: por el honor de Gabo, a la carga, ni un paso atroz, perdón, atrás, si no es para tejer un gol.

Después del gol de Falcao que se copió del fútbol de mi infancia y le cucharió el balón al arquero Silva – a quien detestaré cordialmente durante un semestre por su impecable desempeño- después

 de ese gol, nos sentíamos ya con todos los huesos en Moscú. Ahora quedamos con apenas un cuarto de nalga en la escalerilla del avión.

Seguramente Palacio ya tenía listos los tuits presidenciales felicitándolos e invitándolos a selfis como arroz.

También los brasileños en los años cincuenta había acuñado monedas, estampado camisetas, y tenían listo el discurso de celebración del campeonato mundial. Pero la champaña viuda del señor aquel

 se quedó muerta del frío en la nevera. En Río, pese a lo que decían todas las bolas de cristal, que el triunfo quedaba en casa, los uruguayos dispusieron otra cosas y se alzaron con la copa antes 200 mil estupefactos silencios.

Esa noche del maracanazo el capitán de la selección uruguaya, Obdulio Varela, que como sus colegas apenas ganaba plata para el bus y el mate, se fue a los bares de Rio, disfrazado de vecino a

 tomar cerveza y a consolar a los vencidos. Lo cuenta Eduardo Galeano. Guardadas las desproporciones, lo nuestro, en Barranquilla, fue otra maracanazo. Qué pena con los hermanos peruanos y su fútbol preciosita y efectivo, pero nos tocará dejarlos en la cochina calle.

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