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 “Periodismo y cine en tiempos de furia”

Con el título anterior, el diario “ABC” de España titulaba lo que el pasado jueves, la Casa de ABC premió con el “Mariano de Cavia” al oscarizado cineasta José Luis Garci (“Volver a empezar”, 1982) por su artículo «Hollywood Gil»; con el “Luca de Tena”, a Cristián Zegers, por su trayectoria en el diario chileno «El Mercurio»; y con el Mingote, a Andrés Rábago García, “El Roto”, por su “punzada en forma de viñeta en el corazón de «El País», en el que trabaja”.

Pero quiero traer a propósito, el artículo de Garci, ya que hace un panegírico al director de arte  más importante de España (dos “Oscar” y cuatro “Goyas”, entre otros muchos, muchos trofeos) y logra con ello una evocación suprema sobre la amistad. En el artículo, Garci escribe: “Gil fue un cinéfilo antes de que existiera la cinefilia, Bazin, Truffaut o «Cahiers du Cinéma». «Más que mis dos Oscars» (por “Patton” y “Nicolás y Alexandra”), me volvió a decir esa última tarde pre-invernal que nos vimos, «valoro mi Nominación por Viajes con mi tía. Ya te lo he contado otras veces, pero, aun así, no te imaginas lo que supuso para mí trabajar con Cukor».

Pero en medio de todo esto, el acto español reivindicaba el oficio serio, riguroso y lúcido del periodismo, si tenemos en cuenta la situación actual que vive España. Y es que si el texto escrito expresa todo lo bueno (y lo malo) de esta situación en la península ibérica, el cine algún día también (en su texto audiovisual) lo expresará sin temores y parquedad. Y es aquí donde es pertinente evocar y proponer una vez más la lectura de “Yo, El Supremo”, de Augusto Roa Bastos.

En el libro, el tratamiento que se hace del protagonista de la historia (un hombre misterioso, inhumano e inteligente), es insuperable. Y es que si en las páginas del libro se enfrentan “la leyenda con la historia, la ficción con la realidad y el mito con el dogma”. De tal reto es evidente que tanto el cine como el periodismo deben plantear y lograr un sincretismo armónico (y perdón por la tautología), que hermane una existencia humana tanto en lo verosímil como en las metáforas, de la España catalana.

La propia verdad no está en los políticos pienso yo, sino en la historia a partir de la visión de sus gentes y de su pequeño protagonismo (muy importante para las fábulas periodísticas y cinematográficas). Y es que de las víctimas secretas de un lugar y tiempo (y sobre todo en España), donde las particularidades del ejercicio del poder, por fin cicatrizaron en lo más profundo del español; les ha permitido descubrir su propia biografía (eso sí, llena de exilios, encuentros y desencuentros; guerras y tiranías de toda clase).

Solo baste recordar para concluir y en el caso del cine (La cinta española “El crimen de Cuenca” de Pilar Miró, 1979). Una película basada en hechos reales, que ante una señal de identidad fuerte, Miró puso su pulso cinematográfico y provocó que entendiéramos lo que había que entender cuando se hace imposible la redención de un inocente. Sin embargo, sujeta a la realidad de los hechos, un abrazo posible (o imposible) entre aquellos hombres considerados como las verdaderas víctimas, siempre quedarán en la retina.

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