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El cine bélico arranca este 2020 con ‘1917’

POR: GONZALO

RESTREPO SÁNCHEZ

No se sorprenda si este filme gana -además de lo ya logrado por otros gremios del cine en Hollywood- el Oscar a Mejor Película 2020.

He considerado y no es sorpresa, que desde el punto de vista cinematográfico, su director Sam Mendes (‘American Beauty’) ha sido más disruptivo que sus colegas con quienes compite a mejor filme por la Academia.

El cine bélico arranca este 2020 con toda esa gama de expectativas, pues es evidente que este género ha ido perdiendo vigencia y las razones son muchas y que no es el  interés de escribir hoy sobre ello.

Esta es una película que sigue las pautas de antaño y proyecta el hecho bélico casi como una aventura y un incidente físico -y angosto-, falto de toda gloria.

La toma con que se inicia el film: una apacible calma y un ‘travelling out’ para descubrir al soldado Blake (Dean-Charles Chapman) y el compañero Schofield (George MacKay) durmiendo, son despertados y todos sus actos son acompañados por la cámara hasta los momentos más apremiantes de la historia -llegar a la “tierra de nadie”-, en un trazo perfecto y sin ser interrumpida la toma.

Si bien “Stanley Kubrick y Joseph Losey buscaron la verdad de la guerra a través de la representación del ideario pacifista o antibelicista con ‘Senderos de gloria’ (‘Paths of Glory’, 1957) y ‘Rey y patria’ (‘Kingand Country’, 1964), respectivamente” (1); “1917” es la historia a la postre de dos hermanos y una guerra jamás olvidada. Una obra maestra de un cineasta preocupado por una narrativa simple del plano secuencia luciéndose con creces.

Y es que dos soldados con opuestas motivaciones (Schofield, un tipo imperturbable y de pocas palabras y el soldado Blake, más frágil y sin experiencia) son los héroes a recorrer trincheras abandonadas, campos atestados de cadáveres y ciudades derruidas por los bombardeos.

Todo para ser testigo y, podría ser otra lectura: cómo se van estrechando unos lazos de amistad que permiten que la implicación de Schofield en la causa, sea cada vez mayor.

Pero una idea dramática que afronta con validez el espectador es  el miedo y la incertidumbre sobre lo que les puede pasar. De manera que sobre los hombros de estos dos soldados -y después sobre el soldado Schofield en la segunda mitad del filme- insiste el peso vibrante del entorno, advirtiendo el espectador que no existe y no vale la pena ostentación heroica alguna y asimismo, de todo desconcierto a la vez, propios cuando uno se enfrenta a la muerte y en contextos límites.

La segunda parte es toda una constelación de dos aspectos muy importantes. Por un lado,  el buen uso de guión y las situaciones esperadas que llegan al pathos y valoran los esfuerzos del ser humano, en un buen quehacer cinematográfico.

El segundo semblante, es la cámara maestra de Roger Deakins -ya experimentada en algunos planos secuencia de algunos filmes del mexicano González Iñárritu-, que moldea en todo su magnificencia.

Son secuencias de contrariedad en los que se mueven los protagonistas, siguiéndoles sin sosiego y con alguna prórroga en travellings de perfecto encuadre y en un pulcro emplazamiento y movimientos de cámara, que logran que una parte tan fundamental como el ritmo no decaiga en ningún segundo (claro que el montaje tiene mucho que ver en esto y ni hablar de la banda sonora de Thomas Newman).

Obra maestra pues esta película de ‘1917’ que estamos recomendando y que revela la madurez de un cineasta como Sam Mendes, quien con buen viento y buena mar, deja su firma en la constelación de grandes cineastas del planeta.

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