HOY DIARIO DEL MAGDALENA
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El Carnaval que pudo ser

Enterramos a Joselito y se nos metió la Cuaresma. Apenas el momento justo para reflexionar sobre el Carnaval que pudo ser y no fue. Existen evidencias que demuestran que el Carnaval ya existía en Colombia en el Siglo XVIII y que causaba preocupación a las autoridades quienes prohibieron la celebración en los principales centros de poder colonial. También dicen que “el Carnaval nació en los pueblos del Magdalena Medio y Alto, que primero echó raíces en Santa Marta” y se afianzó en esta ciudad como la gran fiesta pagana que festejaban los creyentes católicos cuarenta días antes de Semana Santa.

Cuatro días de celebración comenzando el viernes por la noche para terminar el miércoles siguiente con la imposición de las Cenizas. Batalla de flores, gran parada, desfile de comparsas y carrozas, bailes familiares, disfraces individuales, alboradas, paseos, casetas, reina central, reinas de barrios y el entierro de Joselito hacían que el derroche abrumador de tradición y de cultura se sintiera en todas las esquinas. En las casetas Apolo XI del 7 de Agosto, la Hamaca Grande de Juan XXIII, el Chivo Senta’o de El Libertador y Bajo el Palo e Mango de Mamatoco sonaba la música de los Corraleros de Majagual, Alfredo Gutiérrez, Rufo Garrido, Pedro Laza y Aníbal Velázquez.

Grandes orquestas nacionales e internacionales como las de Lucho Bermúdez y Pacho Galán, la Billos y los Melódicos de Venezuela,  Wilfrido Vargas y Eddy Herrera de República Dominicana, los Vecinos de Nueva York y Lito Barrientos de El Salvador animaban hasta el amanecer los bailes en las casetas centrales, en  Punta de Betín, en los clubes sociales y en los salones “burreros” como el Carioca, Casa Blanca, Colonial y La Morita. En fin, eran las festividades de mayor afluencia  y participación de toda la región, en las que con mucho colorido, ingenio e imaginación la gente mostraba de qué estaba hecho su espíritu rumbero, de dónde venía y cómo se imponía sobre las demás formas de expresión propias de la guerra y de la muerte. Era la forma de identidad e igualdad que nos unía a todos. .

Cualquier día comenzó a debilitarse por falta de estímulos a  los promotores y de un liderazgo fuerte, visionario, con capacidad para identificar las potencialidades que como instrumento antropológico de cambio socio-cultural y económico posee, como generador de fuentes de trabajo y riqueza e incluso, como ordenador urbanístico del territorio y atractivo más de una ciudad que orgullosamente se reclama turística. Si lo hubiéramos asumido de esta manera no estaríamos hoy a pique de borrar lo que nos queda de identidad. A excepción de los niños del barrio Pescaito, en donde dos organizaciones luchan contra viento y marea para sostener la tradición, los menores del resto de la ciudad no saben cuál es la diferencia entre una cumbia, un porro o un mapalé.

No sé cuál fue el “punto de quiebre” del inmenso desastre contra el Carnaval que Barranquilla sí supo aprovechar y explotar hasta ponerlo como la Fiesta Nacional más importante. ¿Es acaso que los samarios sistemáticamente nos negamos a aceptarlo como una realidad social y cultural que hablaba de nuestra forma de ser, ver y sentir o fue acaso que la dirigencia política y empresarial se negó a reconocer sus valores y su poder transformador como mezcla natural de historia, arte, música, canto, baile, disfraz y danza de un folclor que si no le damos respiración boca a boca morirá ahogado por las manifestaciones culturales externas que ya nos apagaron los aires musicales de los pueblos del Río Magdalena?         e-mail: [email protected]

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