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Los muertos en China pudieron ser más de 20 mil

Perdió a su padre al inicio de la epidemia y por eso Zhang, un habitante de Wuhan, no tiene «miedo» de acusar a las autoridades chinas de haber minimizado la enfermedad y tardado en reaccionar, a costa de miles de vidas humanas.

Wuhan, metrópolis de 11 millones de habitantes y origen del virus a fines del año pasado, sale poco a poco de su confinamiento, que será íntegramente levantado el miércoles.

Pekín quiere hacer olvidar los inicios caóticos de la epidemia y se vanagloria de haber frenado el contagio, que se ha extendido por todo el mundo como reguero de pólvora.

Pero para Zhang, esta victoria es más bien agridulce.

El hombre, de 50 años, cuenta a la AFP que acompañó a su padre al hospital en enero pasado para una intervención leve, antes de los habitantes Wuhan fueran puestos en cuarentena. Pocos días después, el paciente moría de COVID-19.

Zhang pide ahora explicaciones y acusa a las autoridades de mentir y ser incompetentes.

«Ya no tengo miedo» dice, y asegura haber tomado contacto con la municipalidad. «Quiero conocer la verdad».

Zhang no da su nombre completo por las posibles consecuencias contra quienes hablan a la prensa extranjera.

EN LAS REDES

Como él, familiares de las víctimas vierten su cólera en las redes sociales, acusando al régimen del presidente Xi Jinping de subestimar el balance de la epidemia.

Aunque la aparición del nuevo virus fue constatada en diciembre, hubo médicos de Wuhan que fueron reprendidos por haber dado la alerta sobre su riesgo. Hubo que esperar al 20 de enero para que las autoridades sanitarias anunciaran su capacidad de transmisión entre humanos, poco antes de las medidas de cuarentena en la ciudad.

Entretanto, millones de personas habían abandonado la ciudad, propagando la enfermedad al resto del país y del mundo.

El padre de Zhang enfermó después de su operación y falleció tras su admisión en un servicio para pacientes en cuarentena.

«Estoy devastado por los remordimientos. Traerlo aquí era llevarlo a la muerte», lamenta Zhang, convencido de que su padre contrajo la enfermedad durante su hospitalización.

MINTIERON

Fuera de China, cada vez son más las dudas sobre el número real de víctimas que proporciona el gobierno de Pekín. Incluso el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, lo pone en entredicho.

Según las últimas cifras oficiales, la enfermedad contaminó a 82.000 personas en China, 3.300 de ellas de forma mortal, un balance muy inferior al de países como Italia, España o Estados Unidos.

Ninguna investigación oficial ha sido anunciada sobre las responsabilidades frente a la pandemia, y el poder chino se ha limitado a destituir a responsables locales.

Esto no es suficiente para Zhang, que mantiene contacto en línea con otros familiares de víctimas.

«Algunas familias han perdido a tres personas», explica.

Pero, en China, navegar en internet es muy arriesgado y el grupo en el que participó fue infiltrado por la policía, que convocó esta semana a su administrador, según relata.

Poco después de fallecer, su padre fue incinerado pero en ausencia de la familia, confinada como el resto de la ciudad.

Zhang, flaco y con el rostro cubierto con una mascarilla durante su entrevista con la AFP, resiste por ahora la presión de las autoridades que le piden que vaya a recoger las cenizas de su progenitor para luego enterrarlo.

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