HOY DIARIO DEL MAGDALENA
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Me encontré en la vida con Juan Pablo II

Conocí a san Juan Pablo II, nacido en mayo hace cien años, durante la visita de médico que hizo en julio de 1986 a Armero, Tolima, donde caminó mientras sonreía a una jaculatoria por segundo.r

Durante esa visita, cuando el papa miró hacia donde yo estaba en mi condición de reportero que cubría la noticia para Colprensa, asumí que me había dado, para mí solito, la exclusiva mundial de una mirada y de una sonrisa pontificias.

Me recordó la ausente mirada que me dedicaba el Corazón de Jesús de la sala de mi casa. Y la mirada de la infiel Gioconda, de Van Gogh, cuando le presenté mis respetos en su sancta sanctorum del Louvre. (Bueno, dejemos quieto a Van Gogh. Señor Da Vinci, perdone que lo haya despajado por dos segundos de la paternidad de su Monalisa).

Lo malo de encontrarse con Papas es que ellos nunca se encuentran con uno y jamás nos vuelven a “distinguir” entre los 7.000 millones de seres que contaminamos lo que hemos dejado del medio ambiente.

Esa mañana sobre las ruinas de Armero, el peregrino Woytila surgió de entre una nube de polvo levantada por el helicóptero, con su pelo blanco al viento que hacía juego con su ropa pontificia y unos zapatos rojos, chéveres,  de camaján, como para tirar paso. De esos zapatos ya no se ven en el Vaticano. El papa Francisco acabó con tales accesorios, quebrando más de un almacén de los que alimentaban la vanidad del clero de luneta.

Recuerdo como si fuera esta mañana que la polvareda arruinó el traje inglés del expresidente Alfonso López, la pinta Chanel de la ministra de comunicaciones Noemí Sanín, el monótono vestido azul conservador a rayas blancas del canciller Augusto Ramírez (“soy arrogante hasta en la forma de amarrarme los pantalones”, decía su padre, el Leopardo), y el uniforme de fatiga con los inevitables tres soles del general Miguel Vega Uribe. (En realidad, cuatro soles con el que alumbra para todos).

Con su físico de atleta del decatlón, el Maradona de Dios caminó unos cien metros repartiendo bendiciones  desde su teológica sonrisa tocada de santidad.

A su lado, como haciendo el empalme para algún futuro papado, estuvo siempre el cardenal Alfonso López quien nunca daba puntada sin dedal.

De López Trujillo decían los curas de Medellín, a quienes maltrató hasta que san Juan agachó todos los dedos: “A este le faltó ternura de mujer”.

Me tocó una vez de vecino en un vuelo de Avianca Bogotá-Medellín. Al ver su anillo, lamenté no haber terminado la carrera eclesiástica.  Creo tener la sensación de que a Nos Alfonso lo incomodó mi intensa mirada “sobre” su anillo y montó guardia para no quedarse sin él. Ya le perdoné su sospecha. Para romper el hielo solo se me ocurrió una imbécil pregunta: “Cardenal, a usted no le da miedo montar en avión?”.  “No, lo utilizo como oficina”. Y siguió escribiendo esquelas  con su letra pegada de cardenal.

Visto de cerca, el papa Juan Pablo daba la impresión de estar tocado de divinidad. De tener celular e internet directa con Dios. Fue un Papa-Telecom que unió a los colombianos.

El día que visitó Armero, en la babel de la partida, de regreso a Bogotá en helicóptero, vimos al Papa ponerle la primera piedra a una lágrima por Armero. Y por Omayra, la niña a la que le faltó un milagro anticipado suyo para salvarla.

Su emoción en Armero era tan grande, como la de quienes mejoramos la hoja de vida conociendo a un Papa. Pontífices no vienen todos los días.

La chicaneada de “mi encuentro” con su polaca santidad ha terminado.

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