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Agosto, Mes del Adulto Mayor

Agosto es considerado el Mes del Adulto Mayor y por ello el Centro de Bienestar al Anciano Sagrados Corazones de Jesús y María, bajo el liderazgo del padre Mario González, adelanta campañas para  beneficiar  a los ‘abuelitos’ que reciben a diario su atención.

Con base en lo anterior el señor Obispo de la Diócesis de Santa Marta, monseñor Luis Adriano Piedrahita Sandoval envió el siguiente mensaje:

“A mis hermanos y hermanas ancianos. El presente mes de agosto, como cada año, se acostumbra a dedicar a las personas de la tercera edad. Son éstas aquellos y aquellas que, como ustedes a quien dirijo especialmente esta carta, como yo, que estoy próximo a cumplir los setenta y cuatro años, 48 de ellos dedicados enteramente al servicio de la Iglesia, hemos contado con el privilegio de haber acumulado en la vida un considerable número de años.

Se trata de un privilegio que proviene de la bondad de Dios, pues es verdaderamente una bendición de Dios llegar a ser “anciano”, como comprende la mentalidad bíblica, el alcanzar una edad avanzada, y llegar a la última etapa de la vida terrena, cuando ésta arriba a su madurez y nos aproxima a la madurez perfecta y definitiva de la vida eterna, que los creyentes siempre esperamos ardientemente porque nos proporciona el encuentro con Dios en la casa paterna. Es éste último, el tiempo del reposo en el regazo del amor de Dios.

Siempre hemos de agradecer al Señor el don de la vida, a pesar de todo y por encima de todo. Al llegar a los setenta años de edad, el Papa san Juan Pablo II les escribía a las personas de su edad lo siguiente:

“El don de la vida, a pesar de la fatiga y el dolor, es demasiado bello y precioso para que nos cansemos de él”. Por eso, al contar con este motivo del mes dedicado a las personas de edad, con el fin de dirigirles este mensaje con el que quiero expresarles mi cercanía y afecto a todos ustedes como el padre y pastor de la Diócesis de Santa Marta, me permito, en primer lugar, animarlos a “no cansarse de vivir”, a pesar de las

carencias y limitaciones en las que puedan encontrarse y las adversidades  por las que hayan sufrido en el pasado o sufren en el presente.

Es esta época, más bien, un tiempo para agradecer al Señor por los dones y oportunidades que hasta hoy nos han concedido en abundancia, permitiéndonos experimentar la mano providente y misericordiosa del Padre que cuida del mejor modo todo lo que existe y que, si le pedimos algo según su voluntad, nos escucha (1Jn 5,14).

Especialmente, es tiempo de agradecerle al Señor habernos permitido llegar a esta edad de la vida, siendo conscientes de lo que esto significa, como nos lo recordaba san Juan Pablo II en la mencionada carta: “A la luz de la enseñanza y según la terminología propia de la Biblia, la vejez se presenta como un

“tiempo favorable” para la culminación de la existencia humana y forma parte  del proyecto divino sobre cada hombre, como ese momento de la vida en el que todo confluye, permitiéndole de este modo comprender mejor el sentido de la vida y alcanzar la “sabiduría del corazón”.

Es la etapa definitiva de la madurez humana y, a la vez, expresión de la bendición divina”. Por eso, habiendo comprendido cada vez más esta fase de la vida, prefiero referirme a ella, dejando de lado otros términos más modernos, pero a mi parecer, un tanto vergonzantes, con la palabra “ancianidad”, y a quien la porta, llamarlo con el noble título de “anciano”.

Les deseo para todos ustedes, mis hermanos y hermanas, una ancianidad feliz, rodeados del amor familiar de todos los suyos, de los que viven, y del recuerdo agradecido de los que ya partieron; estimulados por el respeto y la honra de los más jóvenes, a quienes les recuerdo las palabras del libro del levítico: “Ponte en pie ante las canas y honra el rostro del anciano, teme a tu Dios”(19,32); animados por alcanzar lo propio de una “ancianidad venerable”, que como dice el libro de la sabiduría, se mide, antes que por el número de años, por una vida prudente e inmaculada (4,8-9); tranquilizados al alcanzar una serena presencia en medio de todos los que les rodean y que estos habrán de apreciar debidamente.

Y, sobre todo, una ancianidad feliz al saberse amados de una manera privilegiada por Dios, como nos lo hace saber la historia Sagrada que cuenta cómo sus grandes proyectos los quiso Dios colocar bajo la tutela de la sabiduría probada de personas de edad avanzada.

Con la esperanza de estar cuidándose y dejándose cuidar de la pandemia del Coronavirus, que, como ustedes saben, persigue de manera especial la fragilidad propia de los años, no espiritual sino física, me despido de todos ustedes con mi

bendición. Fraternalmente, Luis Adriano Piedrahita Sandoval

 Obispo de Santa Marta”.

 

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