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Sancho entre la fe y la ciencia

Manuel Lozano Leyva no es sólo uno de los más destacados físicos nuclerares de España en los últimos años, Director del Departamento de Física Atómica de la Universidad de Sevilla, de la cual también es catedrático, además, se ha convertido en uno de los divulgadores científicos más destacados en Europa.

Tras ‘El cosmos en la palma de la mano’, ‘De Arquímedes a Einstein’, ‘Los hilos de Ariadna’ y ‘El fin de la ciencia’, ahora presenta ‘El sueño de sancho’, una profunda y entretenida historia irreverente del conflicto entre la ciencia y las creencias.

En 680 páginas, el autor recurre al famoso pacto de fe entre don Quijote y Sancho Panza: “Sancho, pues vos queréis que se os crea lo que habéis visto en el cielo, yo quiero que vos me creáis a mí lo que vi en la cueva de Montesinos; y no os digo más”.

Con él, da comienzo a un análisis de la evolución en paralelo de los dos productos más sorprendentes del cerebro humano: la ciencia y las creencias. Con este objetivo en mente, el autor aborda los hitos históricos que han marcado esta compleja relación secular.

Desde el inicio de los tiempos, las respuestas teológicas a los mayores interrogantes de la humanidad han conformado doctrinas con el poder de cohesionar las más diversas comunidades. Sin embargo, la progresiva aparición de teorías científicas para arrojar luz sobre dichas cuestiones desafiaría el dogma instaurado y llevaría al extremo el enfrentamiento entre ciencia y religión, técnica y creencias, racionalidad y fe.

En ‘El sueño de Sancho’ se desvela el origen, el desarrollo y, en muchos casos, la extinción de las respuestas que la humanidad ha ido construyendo. Creyentes o escépticos, esta irreverente historia del conflicto entre ciencia y fe no dejará indiferente.

Es una forma interesante de narrar la historia, de como la higiene, la vacunación y la anestesia general, fueron tres cosas a las cuales la Iglesia se opuso rotundamente. En la epidemia del siglo XVIII, los médicos buscaban someter a cuarentena las barriadas afectadas, ais­lándolas incluso por la fuerza.

La primera oposición a dicha medida fue la Iglesia, que pensó que la solución era todo lo contrario, convocar a la gente a las calles, a las iglesias y realizar procesiones para pedir al Señor que intercediera para lograr el cese del castigo divino. Esto hizo que la epidemia aumentara su velocidad de contagio.

Pero eso no sólo ocurría siglos atrás, hace tan sólo algunos años, la oposición de las iglesia al uso del preservativo era total, pese al aumento del número de personas contagiadas de VIH, en especial en los países más pobres de África, sin la posibilidad de contar con la atención médica necesaria, y aunque contaran con los condones, las personas rechazaban su uso porque lo consideraban pecado.

/Colprensa

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