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Año Viejo

Siempre que está por llegar un nuevo año, se renuevan las expectativas y crece la alegría, al tiempo en que el año que se va, se le despide con tristeza y desconsuelo y se le trata como un trasto viejo e inservible, porque no fue capaz de cumplir con las buenas acciones prometidas de hace un año, porque se le acabaron los días y no pudo conquistar los sueños y anhelos de una vida mejor,  y por ello, se le  insulta y se le quema como un año malo.

 Pero son muchos que no queman la esperanza de mantener viva una nueva ilusión que se conjuga con la magia y el encanto exactamente a la media noche del 31 de diciembre, que permite desear en un instante todo lo que se ha ansiado durante el año, incluso toda una vida, porque el tradicional arraigo popular hace que tales creencias sigan vivas así muera la fe y se crea todavía que ha de servir para asegurarse un mejor futuro, por el hecho de comerse una uva por cada uno de los doce campanazos o de vestir ropa blanca con interiores amarillos y puestos al revés.  

No es con cábalas ni embelecos que las cosas cambiarán para mejorar, sino con una actitud honesta y realista con que se asuman las circunstancias adversas, con una mente comedida y sensata para no desear más de lo posible materialmente y con un corazón bondadoso y sencillo para adaptarnos a la realidad de la vida.

Porque la vida para el año nuevo puede planearse libre de deudas, de afanes y de angustias, es solo dejar que siga su curso,  sembrando, creciendo y cosechando, porque la salud, el amor y el dinero no se tiran a la suerte ni se consiguen con agüeros.

Sin embargo, esos momentos de efímero optimismo, de derroche y de alegría sirven para llenar el espíritu de las buenas cosas que se anhelan y para vaciarlo de las malas que lo agobian.

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