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Con la llegada de un nuevo año, el primer regalo que recibimos es un nuevo almanaque, pero llega también una nueva esperanza, un nuevo despertar y lo más importante, una nueva oportunidad, que se debe saber aprovechar para que no se convierta, al final, en otro año más, tal vez mal usado, con los mismos errores y los mismos resabios, que no nos permitió avanzar ni tomar el camino correcto que nos había de conducir a objetivos más afortunados, para sentirnos verdaderamente realizados y hacer lo que nuestra conciencia, desde un comienzo, había dictado.
Empezar un nuevo año es replantearse una vida nueva, y como dice la canción “más alegre los días serán, con salud y prosperidad”, que para lograrlo, se requiere estar plenamente convencido y rodeado de positivismo. De lo contrario, es probable que no se cumplan los objetivos trazados y todo se quede en simples deseos o propósitos típicos de comienzo de año.
Por tanto, es conveniente avanzar con pasos firmes hacia metas alcanzables y medibles, acordes con las grandes expectativas de cambios y mejoras, que se esperan sean de actitud, de compromiso, de proyecciones y de verdaderos aciertos; con responsabilidad, con suficiente capacidad moral, con notable vocación de servicio, pero, más que todo, con la sana convicción de poder desarrollar planes y programas, donde prevalezca la armonía y prospere la seguridad humana por un mejor vivir.
Porque lo fundamental es que, hasta el último día de este nuevo año, celebremos con una nueva realidad de paz, progreso y bienestar para todos.