HOY DIARIO DEL MAGDALENA
Líder en la región

Malecón

Aun cuando el del Eln es un capítulo distinto al de las Farc en la tragicomedia de una paz que cojea, los seis ataques en la madrugada del 10 de enero en Arauca, Boyacá y Casanare, y los dos del día siguiente en Norte de Santander, reactivaron la felicidad de los partidarios del “No”, pues su tema predilecto volvió a ganar prelación en la campaña y las réplicas de la Fuerza Pública anunciadas por el ministro de Defensa adolecieron de parálisis.

Otro cálculo fallido del presidente Santos que le arrugó el comienzo de año. Todo estaba listo, en la cúpula del Eln, para regar ácido y vinagre sobre el proceso electoral, y el Gobierno y su renovado equipo de negociadores incurrieron en el ridículo de llegar a Quito y levantarse de la mesa antes de calentar los asientos en la nueva ronda de conversaciones, pese a una reunión previa de Gustavo Bell con los negociadores del Eln en la que no acordaron una sola regla.

Cinco atentados sin respuesta son suficientes para que se sepa quién regresa pisando más fuerte a discutir las condiciones, mientras sube el ruido de la chichonera que sostienen el presidente Santos y el ex presidente Uribe. La sangre que corre sí la siguen derramando los soldados, los policías y los campesinos. ¿Dónde está el patriotismo con que dicen actuar si mantienen un intercambio de odios que ofende la estética de las relaciones humanas?

Se nos han juntado una crisis de liderazgo y un pueblo fanatizado y dividido, pero no en torno a una confluencia de convicciones políticas, sino a un torneo de aversiones personales. Somos espectadores de un debate irracional y cómplices de las pasiones enconadas de dos dirigentes sin control ni sindéresis, más próximos al repudio que a la convivencia.

El “No” de octubre de 2016 está repercutiendo en la agenda con el Eln. Pero en lugar de una reflexión política que conduzca a la unidad del “Establishment” contra la violencia y el terror, “los candidatos de centro derecha arrecian sus reparos al mandatario por insistir en el diálogo con esa guerrilla”. Se proclaman, sin embargo, amigos de la paz.

No es probable ni posible que nuestros líderes pongan al país por encima de sus cóleras y apetitos. Tampoco es probable ni posible que el pueblo los llame a calificar servicios. Nuestra fronda sabe que aquí no hay voto pensado y explota esa falencia democrática. Honrado o bandido, cada jefe es la voz y los demás somos el eco. Entre nosotros cuesta mucho ascender de la condición de súbditos a la categoría de ciudadanos. Peor aún: entre el 2002 y el 2017 he visto a tantísimos compatriotas descender de ciudadanos a súbditos, embrujados por el autoritarismo.

Vivimos en un país donde hacemos política sin tener políticas. Por lo mismo tenemos más perfil de circo que de Estado y más atmósfera de farándula que de sociedad.

Columnista

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