HOY DIARIO DEL MAGDALENA
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Su majestad ‘la corrupción’

Podemos afirmar, sin que ello admita prueba en contrario, que el de la corrupción es un tema siempre actual, de tal manera que es imposible soslayar su permanente presencia y sus efectos nocivos en la sociedad actual. Empobrece, aniquila la dignidad humana, socava las instituciones, crea el delito.

En pasado encuentro de laboralistas iberoamericanos en la ciudad de Bogotá, el colega peruano Teodosio A. Palomino me obsequió autografiada la última de sus obras, que ha intitulado “Su Majestad La Corrupción”, analizada por el eximio autor, principalmente desde los efectos que universalmente produce la pervertida actividad en el sector gubernamental.  En nuestro país, no deja de ser oportuno el tema, como que, somos campeones invictos en la actividad, y en pocas semanas elegiremos un nuevo Congreso de la República, encargado de elaborar todo el sistema legal integrador de nuestro Estado Social de Derecho.

El interesante ensayo, escrito en forma sencilla y amena, va directo a las raíces del flagelo,  la identifica como una plaga social,  generadora de otras subplagas, como el analfabetismo, el desempleo, la pobreza, el hambre, la prostitución, el belicismo,  el tráfico de armas, el tráfico de drogas y la drogadicción, el contrabando, el crimen organizado, la contaminación ambiental, la envidia, la codicia, la injusta distribución de la riqueza,  figuras todas analizadas en profundidad  y significados,  en su importancia social, a través de la pérdida de valores que contamina, castiga y corroe la sociedad moderna,  y la indiferencia o pasividad para combatirla.  “Innegable es que, con el avance del mundo, progresa no sólo la ciencia, la tecnología y la sabiduría aumenta, sino, también florecen el vicio, la lacra y la perversidad social. A medida que el tiempo transcurre y se desgrana en segundos, el contrasentido, el deshonor y la inmoralidad ganan permanente terreno”, subraya.

Señala que, en su país, las instituciones más corruptas de la sociedad, son el Poder Judicial, la Policía Nacional, el Parlamento, los Municipios, el Poder Ejecutivo, los Gobiernos Regionales y los Partidos Políticos.

Con el cuadro anterior, no habría mucho qué agregar en el panorama colombiano, pero no podemos inadvertir que la corrupción reina no sólo en el ámbito de la actividad gubernamental o estatal, sino también en la actividad privada o particular.  La evasión de impuestos por las empresas, la elusión del pago de servicios públicos, la compra de votos y curules de elección popular, el nepotismo, el cohecho y el peculado, la asignación de los peajes,  el tráfico de medicamentos y servicios en la seguridad social, en la educación, en las empresas privadas, en las universidades, son todas formas de corrupción que no pueden evitarse únicamente con prédicas morales o éticas, sino con formas o regulaciones efectivas de las conductas públicas y privadas,  con penas ejemplarizantes y  con severos controles del flagelo.

Ahora bien, de todas estas formas de degradación moral, la contratación administrativa se ha convertido en la más gravitante y costosa.   Buena parte de la actividad privada profesional ha tomado la casi totalidad de los presupuestos públicos, que representa billones de pesos, como botín de su insaciable codicia. Los contratistas del Estado se han convertido, con honrosas excepciones, en auténticos depredadores de los dineros oficiales, en mancuerna con funcionarios que cohechan de cualquier manera y a cualquier precio. Ni los organismos de control, ni una legislación permisiva y amiga de la trampa, han evitado el soborno, el enriquecimiento ilícito, la compra de conciencias, el desangre de los bienes del pueblo, contubernio que se traduce en las subplagas de que habla el ensayista: el analfabetismo, la pobreza extrema, la delincuencia, etc.

El autor propone para mejorar, entre otras, “…una urgente selección de los personajes más sanos, intachables, virtuosos y honestos de la comunidad…la crema y nata de nuestra sociedad debe ser protagonista de los cambios exigidos por las buenas costumbres y la honradez”.  En los tiempos actuales, lo propuesto no deja de ser un sueño.  Señalo que además de ello, la sociedad para su defensa, necesita   leyes con requisitos y  controles más estrictos,  y un real cumplimiento de las penas y sanciones que hoy se aplican a quienes incurren en esta flagelante actividad.

*Abogado y profesor universitario. 

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