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La Catedral Metropolitana de Medellín, un tesoro ignorado

La tarde del 5 de julio de 1986, al verla, exclamó: ¡Magnífica, magnífica! La palabra que san Juan Pablo II dijo dos veces para resumir su asombro aquel día, cuando en calidad de Sumo Pontífice, visitó la Catedral Basílica Metropolitana de Medellín.

El mayor templo católico de la ciudad (inaugurado en 1931), sede del arzobispo y monumento nacional desde 1982, es considerada la construcción en adobe cocido (ladrillo macizo) más grande del mundo. Un volumen de unos impresionantes 97.000 metros cúbicos quedaron incrustados en el costado norte del Parque Bolívar; en su momento fue el edificio más alto de la capital antioqueña.

Dentro hay detalles que con el tiempo han pasado desapercibidos. Aunque su estilo arquitectónico es neorrománico, con diseño del arquitecto francés Charles Carré, y con un piso de baldosa en las tres naves inspirados por corrientes bizantinas, hay acabados con sello colombiano que se deben observar muy bien para no confundirlos con diseños europeos.

A las puertas de la catedral, Mauricio Muñoz Gutiérrez, encargado del mantenimiento del templo, repite una y otra vez, señalando cada pieza, cada pared, cada rincón: “vea usted esta belleza, es que amerita que nunca estuviera cerrada”. Pero lo está porque cada vez que se terminan las misas, el edificio se aísla de la ciudad que solo la puede ver desde afuera, y escuchar cada vez que suenan sus campanas.

Ese piso de las tres naves, desgastado en algunas partes, sobre el que los feligreses avanzan para asistir a la eucaristía y en el que los turistas se posan mientras fotografían las columnas y los acabados del templo, es una baldosa que viajó desde Bélgica hasta Medellín, y cuyo mosaico fue diseñado por el hermano saleciano Giovanni Buscaglione.

“Se puso en 1929 y es como un tapiz a lo largo de la catedral, con figuras de cruces a los lados y entre las bancas de la nave central, se extiende como si se tratara de una alfombra”, comentó Juan Guillermo Gómez, el organista que ha estado muy vinculado con la historia del templo.

En el coro, ubicado a 30 metros de la base del edificio, el paso del tiempo hace casi imperceptible los efectos del desgaste de las baldosas. Desde allí se ve la simetría de los confesionarios, el Altar Mayor, las estaciones del viacrusis a cada lado bajo las vidrieras, y todos los elementos de mármol importados de la Casa Américo Martino Darsanti, en Pietrasanta, Italia.

Mauricio arrastra una de las bancas laterales, de las 244 que se reparten en todo el templo, para mostrar el nombre de uno de los principales contribuyentes para adquirir los elementos decorativos. Con su mano señala una pequeña inscripción al lado de un confesionario: “Pablo Tobón Uribe a la Basílica de Medellín, 29 de junio de 1952”.

Cuando se dieron a la tarea de conseguir un órgano que estuviera a la altura de la catedral, la casa alemana E.F. Walcker & Cía. ofreció uno fabricado en roble; sin embargo, en Medellín solicitaron que la madera debía ser nativa del trópico, para que fuera lo suficientemente resistente.

“Se usó entonces caoba americana, lo que aumentó el costo, porque se tuvo que extraer de Bélice, en Centroamérica, llevarla a Alemania, construir el órgano y traerlo hasta Medellín, en 1933”, relató Gómez.

El piso del coro sobre el cual reposa el órgano de 22 toneladas tuvo que ser reforzado para soportar tanto peso. A la fecha, es el instrumento más grande de su tipo en Colombia.

Importantísimo para los alemanes, quienes se apresuraron a declararlo como patrimonio nacional, debido a que es de los pocos en todo el mundo, construidos antes de la Segunda Guerra Mundial, que conserva sus características originales, pues muchos de ellos en el país germano fueron destruidos por causa de los bombardeos.

 

EL RELOJ Y LAS CAMPANAS

Las campanas menores, al costado izquierdo del templo, se accionan cada cuarto de hora con el reloj mecánico que fue inaugurado el 20 de julio de 1910, conmemorando los 100 años del grito de la Independencia colombiana.

La firma estadounidense Seth Thomas Clock de Thomaston fue la encargada de fabricar el reloj de cuerda, que se marcó como el número 1.514 en la línea de producción, y fue donado por el expresidente del Estado de Antioquia Recaredo de Villa.

Al otro costado, en la torre derecha que da a la calle Ecuador, está el campanario litúrgico. Para subir a este hay que tomar el segundo ascensor más antiguo de Medellín (después del edificio Olano, instalado en 1922) que, al igual que el reloj, es de fábrica norteamericana, se inauguró en 1933 y sigue funcionando a la perfección.

Desde allí se sube por varias escaleras de madera y por recovecos de los que la Fundación Ferrocarril de Antioquia extrajo pedazos de ladrillo para hacer los estudios para una posible restauración de la catedral. Casi al final, antes de llegar a los balcones de la torre, se encuentran las cuatro campanas mayores, de origen alemán y donadas por Pablo Tobón Uribe.

“La más grande de las cuatro no suena porque la vibración es tan intensa que afectaría los vidrios de los edificios vecinos. Por eso, a manera de precaución se dejó de usar”, explicó Diego Alberto Uribe, sacerdote y docente de la Universidad Pontificia Bolivariana.

En lo alto del templo las personas se ven diminutas en el Parque de Bolívar, caminan entre cientos de palomas a las que Mauricio considera enemigas de edificio. Según él, son las responsables de que las tejas se corran por lo que a veces hay filtraciones de agua.

En los balcones de las torres, Juan Guillermo Gómez se reunió con dos holandeses, amigos suyos que habían quedado maravillados con la catedral, pero que no pudieron ocultar su decepción con sus alrededores.

“Uno me decía que cómo era posible que en la ciudad se hubiese permitido construir edificios más altos en la zona, el otro señaló que si estuviera en una urbe europea ya se habrían mandado a tumbar todas las construcciones altas, para que la catedral resalte sobre todas las cosas”, reveló Gómez.

 

DE LO COLOMBIANO

Aunque el viaje por el mundo se haría más extenso en cada elemento del edificio, hay otra gran cantidad de detalles que sí tienen sello colombiano. Lo es la cubierta del techo, que da la impresión de ser de madera, pero no es otra cosa que una mezcla de boñiga pegada sobre una esterilla de cañabrava que se pinta y está sujeta por tensores metálicos.

Otro sutil acabado son los capiteles de las columnas, que son los soportes en la parte más alta. En muchas iglesias del mundo se graban diseños de estilo corintio, jónico o dórico, pero en Medellín son de orden nacional.

“El diseño que se puede ver allí son de cultivos de maíz, aparecen mazorcas y las hojas de estos sembrados que a simple vista no se pueden apreciar, pero que le dan una identidad única al templo”, anotó el padre Uribe.

Agregó que lo mismo sucede con los vitrales de la catedral, en los que cualquier ciudadano podría confundir los bordados de las prendas de las figuras religiosas con estilos europeos, de la época románica o gótica, pero que no son otra cosa que motivos precolombinos que realzan la cultura local.

De la misma forma, subrayó el sacerdote, las líneas que se dibujan en las ventanas se asemejan a los diseños que se pueden apreciar en los tradicionales carros escaleras o chivas, autóctonos del país.

El piso del Altar Mayor y del Coro de los Canónigos también guarda su relación con la identidad colombiana. Mientras lo habitual en los grabados de otros templos es dibujar la flor de lis, en el caso de la catedral se la remplazó por orquídeas, la flor nacional por excelencia.

La madera de las bancas y otros mobiliarios fue traída desde Puerto Berrío y San Carlos, así como también desde Envigado, en los bosques donde luego se construyó la cárcel para recluir allí al narcotraficante Pablo Escobar.

Por otro lado, para fabricar los ladrillos y tejas que hoy integran la edificación se compró una ladrillera entera que estaba ubicada en Belén, mientras que la cal procedía desde el municipio de Santa Bárbara.

 

MILES DE HISTORIAS

Faltaría hablar de la colección artística del Museo, que reúne 45 pinturas y 15 esculturas de épocas que van desde el siglo XII al XIX, pero que tiene sus puertas cerradas al público por razones de seguridad. Quedaría hablar de los osarios, donde reposan los restos de Tomás Carrasquilla, por ejemplo, o de otros salones y detalles del edificio, pero siempre faltarían páginas por la inmensidad de este lugar.

Mauricio, el padre Uribe y el organista Gómez se lamentan que sus puertas deban estar cerradas la mayor parte del tiempo.

“El alcalde también se ha quejado de eso, pero es que es muy difícil mantenerla abierta cuando no hay misa, si solo en iluminación nos gastamos más de cuatro millones de pesos al mes, ahora para que sea segura imagínese”, comenta Mauricio.

Para Gómez las puertas cerradas durante el día son una muestra de no saber apreciar el tesoro que tenemos y critica a los gobernantes por no darle el valor que se merece en cuanto a asignar recursos para conservala. “Debería estar al mismo nivel del Capitolio Nacional o de las Murallas de Cartagena”, criticó.

La catedral es la mayor representación de la Arquidócesis de Medellín, que está cumpliendo 150 años, pero más allá de eso también es un monumento que trasciende lo religioso para convertirse en un referente arquitectónico y turístico. ¿Cuánto tiempo pasará para volver la vista sobre ella y dimensionar el valor cultural que tiene este templo?

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