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70 años de una violencia que no termina

Más allá de El Bogotazo, la oleada violenta que estalló con el magnicidio del caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán derivó en un “Colombianazo” con víctimas en todo el país, que hoy, 70 años después de confrontaciones armadas en violencias sucesivas, ha cobrado la vida de cerca de un millón de personas, casi la mitad de la población de Medellín. Todavía hay sectores de la sociedad colombiana que siguen reclamando más muertos.

Antes de que Gaitán expirara, la turba que reaccionó había convertido en muladar las zonas vecinas de la carrera Séptima con la avenida Jiménez, escenario del crimen, con el cadáver y la sangre de Juan Roa Sierra, señalado como el supuesto homicida.

Su cuerpo inerte, desnudo, apuñalado, lacerado y molido por todo el que pudo golpearlo fue arrastrado hasta la casa presidencial, donde la muchedumbre enardecida reclamaba la renuncia del presidente conservador Mariano Ospina Pérez, a cuyo gobierno se le endilgaba el crimen.

 

Registros de ese 9 de abril dicen que en las horas que siguieron al magnicidio murieron, solo en Bogotá, entre 500 y 3.000 personas, la mayoría sepultadas en fosas comunes bajo cruces sin nombres. Los heridos, saqueos e incendios se contabilizaron por miles.

La calma fue impuesta a precio de bala por el gobierno de Ospina Pérez, quien se mantuvo firme en su cargo, pese al fuego que le echaban a la hoguera los líderes de los partidos Liberal y Conservador, Alfonso López Pumarejo y Laureano Gómez, intentando sacarlo del poder, hecho que narra el periodista Alberto Velásquez Martínez, en el libro Colombia País de Rupturas, que estará en circulación este miércoles.

 

Sometidos los revoltosos en Bogotá y otras ciudades y pueblos grandes, Colombia entró en la noche negra de la violencia partidista, que se prolongó por diez años.

 

FRENTE NACIONAL

El fin de esa primera vorágine cesó con la creación del Frente Nacional luego de pasar por el gobierno de Laureano Gómez, que quiso apagar el fuego con fuego, y la dictadura del general Gustavo Rojas Pinilla, quien sacó a Gómez del poder. La confrontación cobró entre 200.000 y 300.000 vidas. Más de dos millones de personas fueron desplazadas en una nación de diez millones de habitantes.

Los campos fueron desolados, los ríos y sembradíos sirvieron de cementerio de miles de personas, la muerte misma, con sus agentes oficiales y no oficiales, se jactó con todas sus formas de terror: corte de franela, de corbata, crucifixiones, decapitaciones, lapidaciones, descuartizamientos, despellejamientos y empalamientos, que a su vez incubaban toda suerte de venganzas…

 

FIGURA DE GAITÁN

Pero quién fue y qué significaba Gaitán para que su muerte hubiese partido la historia de Colombia en el siglo XX, desatado una guerra civil que inició con cargas de machete contra escopetas, fusiles y bombardeos oficiales y que luego derivó en nuevos conflictos, muchos disímiles entre sí, pero que han tenido como base el pensamiento gaitanista, como las guerrillas, paramilitares, delincuencia organizada y las bacrim, caso Autodefensas Gaitanistas de Urabá…

El historiador de la Universidad Nacional, Guillermo Aguirre, describe al líder como un hombre superior, un caudillo con alto voltaje; con una enorme personalidad política y una capacidad de oratoria avasallantes; conectado con el sentir de las clases más desfavorecidas, a las que sabía llegarles con mensajes, algunos, de tinte populista, y que conocía el momento histórico que vivía un país, asolado por la violencia política, desatada tras el fin de la hegemonía conservadora.

 

Esa enorme franja de la población veía en Gaitán la esperanza de un gobierno popular, con programas de alto impacto social. “Su muerte frustró ese sueño y la gente terminó desfogándose por los caminos de la violencia”, comenta.

 

ABUSOS CON SU IMAGEN

Darío Acevedo, analista político y profesor asociado de la Universidad Nacional, dice que si bien Gaitán no fue el primero, sí ha sido el más grande movilizador de masas en la historia de Colombia.

“Él usó técnicas caudillistas que presenció cuando estudió en Italia, en la época de florecimiento de la dictadura de Moussolini. Eso le valió para que lo acusaran de fascista los liberales oficialistas, los conservadores, la Iglesia, la prensa liberal y conservadora y los comunistas que veían en él a un enemigo”.

 

Así, entre cruces y odios políticos, Gaitán, quien conectaba con el pueblo raso fue apabullado, apaleado, señalado de hampón, homicida y caricaturizado en una campaña sistemática de desprestigio, orquestada desde el oficialismo liberal, que dirigía Gabriel Turbay; el conservatismo que inspiraba Laureano Gómez; la Iglesia Católica, en la voz de monseñor Miguel Ángel Builes, los comunistas, terratenientes y demás formas del poder local y nacional.

Su programa político no tenía mayor misterio en esa época y no hay nada que pueda llevar a pensar que preconizaba un nacionalismo extremo ni que condujera a instaurar el socialismo en Colombia.

 

Los historiadores coinciden en que Gaitán no era socialista, era un liberal de tendencia intervencionista, muy propia de la época.

“Lo que se ha dicho de él es una infamia. Su hija Gloria Gaitán afirma que su pensamiento era socialista y que era un científico político, todo un exabrupto; los comunistas y muchos sectores de la izquierda marxista, hasta los años 80, miraban su proyecto con desconfianza y a él como un miembro de la oligarquía, un demagogo y un enemigo de los trabajadores”, dice.

 

En los años 80 y 90, con los cambios del comunismo en China, Rusia y Alemania, los socialistas y comunistas criollos y latinoamericanos dieron un giro y se dedicaron a reivindicar figuras nacionales, sin haber hecho un ejercicio de rechazo o crítica a sus antiguas posiciones.

 

Entonces, convirtieron en héroes a quienes antes miraban como oligarcas, egoístas, defensores del culto a la personalidad y desalmados.

Por esa vía oportunista introdujeron a sus proyectos a personajes como Bolívar, que nunca fue un marxista o socialista, porque fue anterior a Marx; Gaitán, cuya figura la han utilizado para tratar de llegarle más fácil a la gente, sobre todo al campesinado que sí sabía quién había sido Gaitán y, por alguna razón de escuela, quizás también conoce algo elemental sobre Bolívar.

 

EL PRESIDENTE QUE NO FUE

En el texto Colombia entre el Sismo y el Cisma, Velásquez Martínez señala que en las elecciones de 1946, el Partido Comunista había adherido a Gabriel Turbay por considerar a Gaitán un “aventurero, político y un oportunista de discursos farragosos y lo calificaban de facistoide”.

Turbay apoyado en el oficialismo de su partido mantuvo la división cerrándole el paso así a Gaitán. Al final, las urnas favorecieron al conservador Ospina Pérez.

Turbay dejó a Colombia y se fue a vivir su derrota a Europa. En París lo arropó la muerte. Gaitán no cedió y arreció contra el orden establecido en un país de castas dominantes.

Su presencia en las plazas públicas era desbordante. Por millares los liberales, conservadores gaitanistas e incluso los sin partido acudían a escuchar su voz. En las elecciones legislativas de 1947 logró las mayorías electorales.

El 7 de febrero de 1948, dos meses antes de su muerte, encabezó la “Marcha del silencio”, en Bogotá, a la que acudieron 100.000 personas. Protestaban por la violencia política. “Señor Presidente (Ospina) os pedimos que cese la persecución de las autoridades y así os lo pide esta inmensa muchedumbre”, clamó en la manifestación.

Una semana después, en otra marcha multitudinaria en Manizales, en honor a 20 liberales asesinados, volvió a levantar la voz contra la campaña de exterminio, protagonizada por agentes del gobierno.

 

LA MUERTE SIGUE SU CAUCE

Gaitán se sentía invulnerable al lado de su gente. “Ninguna mano del pueblo se levantará contra mí y la oligarquía no me mata, porque sabe que si lo hace el país se vuelca y las aguas demorarán cincuenta años en regresar a su nivel normal”.

 

¿Quién lo mató? Se señala a Roa, pero las dudas son más certeras que la certeza oficial misma y señalan al sicario como un simple eslabón de una confabulación.

El historiador Germán Olano, de la Universidad el Rosario, dice que el general Marshall, de EE. UU., siempre creyó que el Bogotazo fue obra de Moscú. En un libro de Olano sobre el caso Gaitán, publicado en 1956, denuncia a Fidel Castro, quien ese día se encontraba en Bogotá en un encuentro internacional de estudiantes, como una de las personas que disparó contra el líder liberal y “hasta hoy nadie me ha desmentido”, dice.

El expresidente Alfonso López Michelsen, señala a Juan Roa Sierra como un “pobre desquiciado”. Plinio Apuleyo Mendoza, en otro libro, dice que “todo lo cuadró un policía”; pero en otro texto, se comenta que el padre de Plinio Apuleyo, Plinio Apuleyo Neira, liberal, exjefe de la policía, que acompañaba a Gaitán, lo había llevado hasta el sitio donde le disparó el sicario, pues el caudillo amenazaba el liderazgo del liberalismo en ese momento, dice Olano.

 

Como en los magnicidios de la historia de Colombia, nunca se sabrá quién o quiénes planearon todo y dieron la orden de muerte.

En 1953, “Pinilla ascendió al poder arropado por la oligarquía criolla y los jefes de los partidos Liberal y Conservador que veían comprometido su futuro por el avance de las guerrillas del Llano, que ya sumaban unos 10.000 hombres en armas, bajo el mando de Guadalupe Salcedo; habían realizado tres conferencias y en la última decidieron marchar sobre Bogotá. En ese momento el ejército oficial sumaba 8.000 efectivos”, dice el historiador.

Paralelo con las guerrillas liberales de los Llanos, en las tierras de la zona Andina y los santanderes operaban ejércitos de bandoleros liberales, que solo buscaban hacer daño a todo aquello que relacionaran con el conservatismo, y “Los pájaros”, una maquinaria sanguinaria en extremo, con apoyo oficial.

La suerte jugó a favor del establecimiento. El primer gran acto de Pinilla fue declarar una amnistía y un perdón general para todos los actores de la guerra civil. Salcedo y sus hombres se desmovilizaron, lo mismo hicieron pájaros y demás bandoleros.

 

DEMOCRACIA A MEDIAS

Cuatro años después cae la dictadura y liberales y conservadores crean el Frente Nacional, una forma imperfecta de democracia, la cual si bien logró poner fin a la violencia partidista, dejó por fuera de la construcción de la nueva nación a amplios sectores políticos, sociales y a miles de ciudadanos que se oponían a la forma como los partidos tradicionales manejan el país.

 

En 1964, un exguerrillero liberal, Manuel Marulanda Vélez, “Tirofijo”, muerto de infarto mientras campeaba en la Colombia profunda, creó las Farc, como autodefensa campesina por los ataques del gobierno central contra las poblaciones que lo cuestionaban; la chispa violenta creció y al año siguiente nació el Eln; al siguiente, el Epl, en los 70 emergió el M19 y en los 80 aparece el narcotráfico, sus ejércitos mafiosos y su enorme capacidad de degradación de amplios sectores de la sociedad. En su texto Colombia país de rupturas, Velásquez Martínez señala a este como el peor de todos los males de Colombia en el siglo XX, incluso por encima de El Bogotazo.

En los noventa, luego de varios intentos frustrados de diálogos con las guerrillas y el ascenso de estas, surgen las Auc, en buena parte financiadas con recursos del narcotráfico y la chispa violenta se eleva a conflagración.

 

ESPERANZA LEJANA

A inicios de los noventa, convencidos de que era más el daño que estaban haciendo que el que querían reparar, se desmovilizaron varios grupos guerrilleros. Se necesitaron 25 años de diálogos frustrados y muertes para que las Farc lo hicieran. El tiempo corre y el Eln sigue esquivo a su reinserción a la vida civil.

El contador de la muerte no para. El Registro Único de Víctimas del Conflicto suma 8.074.272 víctimas – hoy es el Día nacional de la memoria y la solidaridad con las víctimas–, 7.134.646 son casos de desplazamiento, 983.033 homicidios, 165.927 desapariciones forzadas, 10.237 torturas y 34.814 secuestros.

Las condiciones bajo las que se desmovilizaron las Farc no convencen a amplios sectores ciudadanos y el debate se traslada a una campaña política en la que los programas pasan a segundo plano y los líderes de las fuerzas en contienda enfocan sus baterías en hacer daño a la persona de su opositor, hecho que lleva al país a recordar los días siniestros que antecedieron El Bogotazo o “el Colombianazo”.

 

Que llegue la paz a la tumba de Gaitán, porque Colombia se descubre lejos de alcanzarla. El Colombiano.

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