HOY DIARIO DEL MAGDALENA
Líder en la región

Así es como algunos sembradores de coca luchan contra los cultivos ilícitos

Laura Posada siempre fue la mejor alumna en las clases de aritmética y trabajos manuales. Soñó siempre con convertirse en una gran diseñadora de modas para crear, viajar y apoyar a su familia. Pasó la infancia en la granja de sus padres en Tangareal, en el kilómetro 38 del sector de Carretera, en Tumaco (Nariño), un lugar pacífico, de difícil acceso, que vio nacer el siglo XXI con un visitante inesperado, traumático y mortífero.

Ese visitante disfrazado de dinero fácil, de crimen y de incertidumbre, que acaba familias y pulveriza economías, truncó sus sueños y trastocó su vida. El cultivo de la hoja de coca. Y han pasado tantas cosas que hoy, Laura quiere dejar atrás la época en que afirmaba –sin ruborizarse- que un kilo es igual a una tonelada.

 

Simboliza así lo que ha representado para las sufridas comunidades de Tumaco, el paso arrasador y denigrante del narcotráfico, y la mala suerte que tuvieron los cultivos tradicionales, el coco, el plátano, el cacao y en especial, el de la palma africana, y que dejó a los campesinos a merced del invasor.

“Es que un kilo de coca, que uno podía sacar del cultivo en una mochila, era para nosotros lo mismo que 10 toneladas de palma africana, que nos llevaba días de marcha y penuria para venderlas: nos pagaban los mismos $2 millones y medio”, explica. Y en esa zona del Pacífico ardiente era necesario “canalizar” (usar un bote de remo), caminar más de una hora y pagar transporte en caballo para poder sacar un producto de las zonas de cultivo.

Ahora, vinculada al Programa Nacional Integral de Sustitución Voluntaria de Cultivos de Uso Ilícito, Pnis, Laura ha dado un vuelco a su vida, funge de emprendedora y pequeña empresaria y le dice a sus amigos y vecinos, para motivarlos, que “parece haber llegado el fin de esa rara forma de esclavitud denominada cultivo de coca”.

La mala hora de Tangareal, de Carretera y de un importante sector de Tumaco, nació con el siglo XXI.

Producto del conflicto, desde diversas regiones del sur del país, particularmente del Putumayo, llegaron a la región colonos acostumbrados al dinero fácil, sin mayores escenarios de vida, que se dedicaron a sembrar y comercializar la hoja de coca.

Los vecinos de Carretera fueron sorprendidos por esta coyuntura, y comenzaron a preguntarse si era el único camino que había para vivir dignamente en un territorio sin Dios ni ley, donde el Estado y la autoridad nunca los tenían en cuenta.

Los campesinos fueron presionados por la guerrilla a sembrar la hoja, y muchos cedieron, pero sin abandonar los cultivos lícitos. Y aquellos que mantenían cultivos legales, eran más asediados por extorsionistas, que quienes tenían coca.

Inesperadamente, los males cundieron. Las plagas comenzaron a golpear sin misericordia y las gentes del sector quedaron atrapadas en las dificultades y la impotencia. La familia de Laura había logrado estabilidad con la palma africana. Otros productos, como el plátano y el cacao, que eran alternativa, comenzaron a ser blanco de depredadores. Y el árbol de cedro que estaba listo para comercializar, desaparecía como por encanto.

El llamado PC (Pudrición de cogollo), una enfermedad demoledora, comenzó a arrasar con los cultivos de palma. El precio del cacao se desplomó y el cultivo de coca se hizo fuerte. La zozobra se apoderó de la región y comenzaron las amenazas, las muertes, los secuestros, las desapariciones.

Laura escuchó a uno de sus cinco hermanos decir que unos “tipos raros” le habían dicho al papá que tenía que venderles la granja. La tarde del 26 de julio de 2000, gruesas lágrimas rodaron por sus mejillas. Llegaron los paramilitares y se llevaron a su padre. Jamás apareció.

Como paradoja, su primer bebé cumplió al día siguiente un año de vida. La familia decidió entonces enviar a Laura a Palmira, Valle, para alejarla del peligro y buscar la manera de que pudiera estudiar diseño de modas.

Fueron años difíciles, marcados por la muerte de su padre y la angustia por la suerte que podría correr el resto de su familia. Allí se matriculó en una academia llamada Centex (Centro Textilero), y estudió modistería.

Trabajó diseñando y cosiendo blusas y ropa para niño. En medio de esperanzas y de nostalgias, ahorrando lo que podía, trabajó en modistería hasta que se casó. Tuvo otro hijo y en 2010 volvió a Tumaco.

“Me jaló la tierra”, les decía a sus amigas mientras ellas le narraban sus angustias y desesperanzas.

Su familia había sido obligada a sembrar coca, pero mantenía otros cultivos, siempre con la ilusión de que las cosas cambiaran. La guerrilla ofrecía protección, presionaba para que la gente cultivara la hoja. Los peligros persistían, pero Laura estaba decidida a salir adelante.

Siempre protestaba por el hecho de que Tumaco, una tierra tan rica, con mar, estaba llena de pobres y escasa de oportunidades.
Cuando dijeron en la radio que se había firmado el acuerdo de paz y que las cosas iban a mejorar en el sector rural, los tumaqueños apenas sonrieron. “Un abandono de toda la vida no se cura con un anuncio”, dijo Laura.

Mantuvo el escepticismo cuando llegaron funcionarios del Gobierno para lo que se llamaba “jornadas de socialización”, las gentes de Tangareal recordaron la importancia de la frase de los abuelos del pacífico: “no creer en cuentos”.

Una de sus amigas le contó que en la última jornada de información habían hablado de ayudas reales y de toma de decisiones con la participación de la comunidad. Acudió a la siguiente reunión, formuló todas las preguntas y comenzó a hacer cuentas. En el camino de las dificultades había surgido otro sueño: tener una gran piscina para cultivar peces.

Comenzó a darle vueltas al “cuento” de los $36 millones por sustituir la coca, y las cuentas le funcionaron: $12 millones en el primer año en pagos bimensuales con el compromiso de comenzar a levantar la hectárea de coca que estaba sembrada en su tierra, después del primer desembolso. $1’800.000 por una sola vez para seguridad alimentaria al cumplir el primer año del acuerdo voluntario que firmaría. Y el resto en insumos para un proyecto productivo de largo plazo, sostenible en el tiempo. Laura decidió dar el paso y se vinculó a la sustitución.

-Decidí empezar de nuevo. Lo primero que hice fue comprar una batidora para preparar tortas. Luego me aventuré a criar pollos y a trabajar con un par de marranos y entendí que no tenía que ir al monte a trabajar sino que podía estar en mi casa, disfrutar con mis hijos-.

Con otros dos desembolsos, decidió asociarse y alquilar un lote a 200 metros de la vía principal, para montar su estanque de peces. Son tres familias que están empeñadas en salir adelante con esa actividad, de la mano de Laura.

Su familia se estabilizó. Su marido asumió la labor con pollos y cerdos mientras ella amplía el negocio de los peces, con el $1’800.000 de la Seguridad Alimentaria (suman $5’400.000 en la pequeña sociedad). Comprarán alevinos y comida para los animalitos. Palpita un panorama alentador.

Por estos días está feliz. El lote donde funciona la piscina y a veces vende las tortas y prepara sancocho valluno de gallina, es utilizado por el Pnis para desarrollar las llamadas “escuelas campesinas”.

Cada jornada van 25 personas, que reciben orientación profesional para decidir el mejor proyecto productivo. Les educan sobre opciones, calidad de la tierra, riesgos, métodos, plagas y todo lo que debe saber quien vuelve al campo.

¿Saben por qué es mejor dejar los nidos de los pollitos con un bombillo?, pregunta Laura a la concurrencia. Y ella misma responde: No es porque les dé miedo. Es porque son animalitos de engorde y también deben comer por la noche. Y si no hay luz no ven la comida.

Por esa razón está de acuerdo con los comerciantes, los vecinos, los dueños de tiendas y pequeños negocios que rechazan la acción de los violentos que tumban las torres de energía y dejan a 280 mil habitantes de Tumaco por 4 o 5 días sin luz.

Y concluye: No más violencia. Aquí no hay una Laura Posada que progresa. Hay una comunidad que va a salir adelante con entusiasmo. Vamos a producir y a vender. Sin sustos. Vamos a ser pequeños empresarios y a buscar créditos. No más Tumaco como campeón del narcotráfico. Y no me vuelvan a preguntar el porqué. Pero ya quedó atrás la época en que un kilo era igual a diez toneladas. Ya nos mejoraron las matemáticas de la vida.

DENUNCIAN OLVIDO

El obispo de Tumaco, Orlando Olave Villanova, considera que ese municipio fronterizo con Ecuador, está asfixiado entre el olvido estatal y el recrudecimiento de la violencia de grupos armados ilegales.

El viernes pasado, incluso, los tumaqueños participaron de la marcha denominada ‘Tumaco, unidos por la vida y la justicia’.

En la manifestación, los ciudadanos clamaron por el fin de la violencia, generada por diversos factores.

 

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